Ayer volví a ver, después de muchos años “La dolce vita” una película italiana de 1960 dirigida por el magistral director de cine Federico Fellini. La película  ganó la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes de 1960, y un Oscar en 1961 al  Mejor Diseño de Vestuario, que llevó a cabo  el director artístico Piero Gherardi. Más tarde estuvo nominada a Mejor Dirección, Mejor Guion Original y a Mejor Dirección Artística. La trama del  filme presenta una serie de noches y mañanas a lo largo de la Via Veneto en Roma, vividas por su personaje principal, un periodista de crónicas sociales llamado Marcello, acompañado casi siempre por un fotógrafo llamado  “Paparazzo”, que con el tiempo daría origen a  la palabra paparazzi. Pienso que todos vosotros recordareis la famosa escena de su baño nocturno en la Fontana de Trevi con Silvia, interpretada en la película por la actriz americana Anita Ekberg. El personaje de Marcello interpretado magistralmente por Marcello Mastroiani,  da muestras constantes de desequilibrio, insatisfacción y descontento mientras  se mueve descabelladamente en la vanidad  de las fiestas noctámbulas que celebra la burguesía de aquella Roma. Él quisiera  dejar su labor como reportero de cronicas del corazón para dedicarse a escribir novelas y, sin embargo, la vertiginosa vida que lleva, no se lo consiente, para poder concentrarse y  dedicarse a escribir novelas. En la película hay muchas escenas que desconciertan por lo grotesco de su contenido; dos de ellas en particular: la de los falsos milagros, donde dos niños mienten acerca de una supuesta aparición de la Virgen y, la otra,  el suicidio de un amigo de Marcello, un  intelectual con una vida familiar casi perfecta, que termina suicidándose y asesinando  a sus hijos pequeños y, que días antes, le había dicho a Marcello: “No creas que la salvación se encuentra en un hogar, no hagas como yo. Soy demasiado serio para ser un aficionado, no obstante no lo bastante como para ser profesional, ¿entiendes? Es mejor una vida anárquica, créeme, que una existencia basada en una sociedad organizada dónde todo está previsto, todo es perfecto” El ritmo de la película nunca decae pero va transmitiendo en un “crescendo” un  hondo pesimismo existencial. Todos  los personajes viven inmersos en una gran miseria moral en la que están atrapados y de la que no pueden salir. Solo un personaje, una muchacha que aparece dos veces en el film. La primera vez mientras atareada en preparar los manteles de las mesas de una venta en las afueras de Roma charla brevemente con Marcello  y en la escena final.  El final es muy  simbólico, se ve esta muchacha a lo lejos tratando de hablarle a Marcello  Él se vuelve pero no consigue comprender lo que dice separados como están por el agua de la playa. La imagen de la muchacha se engrandece en la pantalla, sus ojos limpios, purísimos y su sonrisa  contrastan con los rostros que han desfilado en el film. Ella intenta hacerse comprender. Marcello no la oye. Ella insiste y él no la entiende. Una amiga se lleva a Marcello mientras el rostro de la muchacha sigue sonriendo e intentando decirle algo.  En esta incomunicación, los espectadores nos preguntamos si Marcello  irremediablemente se perderá definitivamente en ese abismo  de vanidad y frivolidad sin sentido.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com