Vuelve la Navidad y seguramente las esquinas de nuestra memoria se vuelven a llenar de tiernos recuerdos de infancia. Estas delicadas y sutiles huellas se embellecen con el paso del tiempo y brillan como los racimos de bombillitas multicolores con la que adornamos año tras año el árbol de Navidad y el Belén. En aquellas tardes de invierno, sentado en la mesa camilla, llenando de colores el bloc de dibujo, mi imaginación hubiera querido volar como águila majestuosa y, sin embargo, entre aquellas paredes de mi casa natal apenas alzaba el vuelo como un pequeño aguilucho. Recuerdo mi insistencia: Mamá, ¿por qué crece la hierba en los campos? ¿Quién pinta los colores de las mariposas? ¿Por qué las islas flotan en el mar? ¿Por qué el aire es transparente y no podemos tocarlo?

Aquella mesa camilla con las enaguas rojas y con el mantel de plástico para que no la mancháramos, el brasero o la copa, como la llamábamos en mi casa, que se colocaba debajo de la mesa en un agujero sobre la tarima, el olor a alhucema que mi madre echaba sobre el cisco de carbón, era el feliz escenario de todas mis preguntas: Mamá, ¿los peces han visto alguna vez las montañas? ¿La luna tiene ojos y boca? ¿Si hubiera dos soles sería siempre de día? ¿Por qué no se puede cortar el agua? «Manolito, me decía mi madre, porque las cosas son así. No preguntes más tonterías». Yo seguía coloreando mi cuaderno sin enfadarme, antes o después habría obtenido respuestas a todas mis preguntas. Mi esperanza era tan grande cuanto mi imaginación. ¿Qué podía pedir de más a mis padres que ya me habían dado un poco de casa, me habían proporcionado unos apellidos, me habían regalado un nombre, muchas sonrisas, y una vida en juego para poderla sufrir y gozar?

Yo seguía preguntando: Mamá, ¿por qué a veces tengo miedo y no puedo dormir? ¿Por qué de los árboles se caen las hojas? ¿Por qué en invierno llora tanto el cielo? ¿De dónde vienen los niños?

Después salíamos a ver la Cabalgata de los Reyes Magos y mi padre que me tenía cogido por la mano tiraba de mí como lo haría un gigante con un duendecillo. Con él no tuve respuestas a todas mis preguntas, pero nunca tuve miedo. Caminaba tras su estela, tras su voz, sabiendo que un día correría solo. Ahora, con los años, he encontrado respuestas a muchos de aquellos interrogantes, pero aún sigo preguntando: ¿Hacia dónde vamos? ¿No era éste el mundo que queríamos? ¿No era ésta la sociedad que habíamos soñado? ¿Por qué tanta decepción?

Hace unos días celebramos el Día Universal del Niño que conmemora la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño, el 20 de noviembre de 1989. ¡Cuánto se ha hecho desde entonces!, ¡Cuánto queda por hacer! Aprovecho esta celebración y la cercanía a la Navidad para hacerme y hacernos otras preguntas: ¿Por qué más de 9 millones de niños menores de 5 años siguen muriendo cada año por causas que son en su mayoría evitables? ¿Por qué gastamos miles de millones en pintar cúpulas de edificios oficiales en vez de comprar vacunas y salvar de la muerte a esa infancia que vive preguntándose por qué les ha tocado esa suerte?

Hagamos algo, cada uno lo que pueda. Que las variables financieras o las crisis económicas no obstaculicen la ayuda a la infancia. No es justo que un solo niño muera, sin haber tenido tiempo de preguntarse por qué el cielo es tan azul o quién enciende las estrellas cada noche en el firmamento.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com