Esta mañana, leyendo unos párrafos de una obra del poeta, ensayista, periodista y humanista estadounidense Walt Whitman  pensaba en  nuestros registros, clasificaciones y modos de denominar ciertas sensaciones y emociones. ¿Qué hay en común entre Sartre, Marx, Santo Tomas o Francis Bacon? Muchos me responderán: la filosofía. Sí, pero probablemente, hay algo que aún más los acomunó: el asombro. No hablo  de sorpresa, ni de  pasmo, ni  de admiración grande, hablo de asombro. Es la sensación que pruebo estos días mirando unas flores colocadas en un jarrón sobre la mesita del salón de casa. Las flores, llegada la noche, se cierran y, con las primeras luces del día, se vuelven a abrir.  Me asombra la inteligencia de las flores. Creo que esas flores en su quehacer diario, argumentan, piensan, utilizan estrategias discursivas y visivas en pos de lo que quieren comunicar; mostrar la grandeza de la Naturaleza, la grandeza y sabiduría de la Creación.  Eso me asombra, como lo hace el vaivén incesante de olas en la orilla de la playa donde acudo a pasear,  el color blanco de su espuma, la música que emerge acompasada y  el balanceo soñador de la línea casi horizontal que une ese mar y el cielo. También hoy me asombraba ver florecer en el rostro de una persona, una sonrisa nacida de un dolor transformado en esperanza. Hay sonidos, contactos, aromas, temperaturas, formas, colores, incluso cuerpos que me asombran a diario. Hace días, caminando hacia la redacción, me sorprendió en la calle, la figura de una hermosa muchacha de piel morena, esa que aquí denominamos mulata, mezcla racial entre el blanco y el negro.  Se dio la vuelta de repente y se dirigió a mí con acento caribeño para preguntarme por una calle. Ante mis ojos contemplé su nariz ancha, su boca grande, sus labios carnosos y una mirada hechicera que provocaron mi asombro.  El asombro invade o nace de nuestro cuerpo. Cuando nos asombramos  probamos una sensación, pero al mismo tiempo descubrimos que el cuerpo es un acumulado de sensaciones, una conciencia que tiene sus reflejos en la piel, en la salivación, en la temperatura… Los poetas son seres que viven del asombro y que saben transmitirlo de una manera sublime. Quizás, esta mañana mientras leía,  una de las musas de Whitman  que dormía entre sus versos,   despertando  repentinamente entre mis manos  me regaló un ramillete de asombros.

por @mbellido

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