Esta humanidad que encontramos diariamente a nuestro alrededor y en las noticias de los telediarios parece contaminada por un mortífero virus de desesperanza, dando pruebas de un profundo cansancio. Se la percibe afligida y emponzoñada en un profundo pesimismo, que en muchos casos, es más que desesperación.  Duele escuchar el relato de los que se quedan sin trabajo, de los que pierden su casa o cierran sus empresas.  Nos hace daño ver las imágenes de los conflictos armados que están tiñendo de rojo muchas partes del planeta ante la mirada indiferente o impotente de las instituciones internacionales. Nos descomponemos al saber que en el mundo casi 870 millones de personas sufren crónicamente desnutrición, como acaba de  certificar The State of Food Insecurity in the World 2012. Nos adolora constatar que la mayor parte de estas personas que padecen hambre – cerca de 852 millones – vive en países en vías de desarrollo y que los 16 millones restantes viven en países desarrollados. Nos entristece profundamente  constatar que más de 100 millones de niños menores de cinco años viven en condiciones tan precarias desde el punto de vista alimentario que no podrán desarrollar plenamente su potencial humano, social y económico y, que esa malnutrición infantil, mata cada año a más de dos millones y medio de niños.

En medio de ese triste panorama quizás lo que más nos desconcierta es constatar que la política y muchos  políticos siguen a su bola y campando a sus anchas, defendiendo sus posicionamientos de poder y, por tanto,  creando nuevos problemas sin  aportar ninguna solución a los problemas reales. Todos son críticas al adversario, ataques, reivindicaciones, protestas, pero ninguna aportación constructiva que de esperanza.

Política y solidaridad hoy, parecen contrapuestas, como si fueran alternativas excluyentes. Por otra parte, el norte no es solidario con el sur, los que tienen trabajo no son solidarios con los que lo han perdido, los fuertes no son solidarios con los débiles… El deber moral reflejado  en el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos que apela a la solidaridad y que animaría a “comportarse fraternalmente los unos con los otros”, se ha quedado en papel mojado.

Me vienen a la mente unas palabras que escuché un día en una audiencia de Papa Wojtyla: la solidaridad no es “un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas». Al contrario, es una virtud que consiste en «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» Este no es precisamente el espíritu que anima ninguna de esas instituciones que se han creado y subsisten  gracias a los impuestos de la ciudadanía mundial como la ONU, el FMI, la UE, el BCE, la OTAN, etc, etc…
El destino de la Tierra con todo lo que ella contiene es para el uso de todos los hombres y pueblos, de manera que los bienes creados deben equitativamente llegar a cada uno. Si lo organismos regulan burocracia y no solidaridad, están yendo en contra de los hijos de esta Tierra. La Tierra está cansada de tanto egoísmo. Urge emprender la tarea de la solidaridad.

 

 

 

 

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com

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