Viví más de una década en Toscana y siempre llevé conmigo Andalucía. Ahora vivo en Sevilla y siempre llevo conmigo Florencia. En Toscana hablaba entre otros con Machado, Lorca y Jiménez ahora entre mis interlocutores se encuentran Dante, Fallaci y Silone. En algunos de mis post, se confunden estas dos series temporales. 1954, 2012 son las dos fechas que delimitan el arco de lo vivido. No puedo ignorar que este abanico incluye dos diferentes culturas que han ido condicionando mi trayectoria. En ninguna de las dos etapas hubo días que no encerraran innumerables momentos de felicidad. Creo que este estado se debe a mi capacidad de asombro. Asombro del tiempo en que se vive, asombro de la alegría y del dolor, asombro de la belleza, del arte o de la naturaleza, asombro de la Vida. Cosas que nos preparan a esa última batalla temida y esperada que es el viaje final.
Deliberadamente elegí siempre arriesgar en todas mis acciones. He aspirado siempre, ilusionado, a crecer, por eso abordé cualquier cambiante geografía que pudiera encender en mis adentros la curiosidad. Ahora escribo lo que he vivido y sufro por la limitación de no hacerlo con todos los diccionarios, con todas las enciclopedias y con todas las literaturas. Hubiera querido pasear mi amistad por las plazas de Florencia con Moravia, Papini o Bocaccio y ahora hacerlo por el barrio de Santa Cruz con Cortázar, Cervantes, o Gómez de la Serna. No pudiéndolo hacer, lo imagino cogiendo sus obras entre mis manos; allí los encuentro. La amistad con todos ellos es solida, a tal punto, de dejarme seducir o discrepar encarecidamente con sus opiniones. Con el pasar de los años, la exploración de tantas voces y tantas literaturas se convierte en pasión simple que cautiva todos mis sentidos.