Cuando llegan las dificultades, la tendencia del ser humano es echarles las culpas a los otros. Es lo natural, dicen muchos. España  lleva meses que parece  un ring de violencia verbal donde no queda títere con cabeza. En la escena política, social o económica casi todo el mundo termina en los momentos de dificultad  echando la culpa a otros. ¿Qué pocos son aquellos que  reconocen haberse equivocado? Incluso cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie. Franz Grillparzer decía que hay un remedio para las culpas, reconocerlas, pero al parecer a nadie le gusta este remedio. Es difícil que en política, se asuma la actitud de  responsabilidad con todas sus consecuencias, a tal punto de reconocer públicamente cuando se ha cometido un error y pedir disculpas. La responsabilidad es un concepto bastante amplio, que guarda relación con el asumir las consecuencias de todos aquellos actos que realizamos en forma consciente e intencionada y por tanto, quien la asume tendría que asumir a su vez la determinación de reconocer en su momento aciertos y equivocaciones con sencillez y sensatez. La responsabilidad tendría que ir de la mano de la humildad y ésta sí que es una virtud difícil de mantener. Encontrar a políticos  que no presuman de sus logros, que reconozcan sus fracasos y debilidades y actúen sin orgullo es harto raro.

Las condiciones en que se vive en la actualidad, por la cultura aprendida en estas décadas y por la crisis que nos asola, no hacen más que fomentar en nuestra vida diaria más miedo, más tensión y, sin duda, mayor infelicidad y frustración. Es increíble como en los discursos parlamentarios o en las tertulias radiofónicas, ciertos personajes están en general más preocupados por encontrar una respuesta rápida e inmediata que por comprender el problema en sí.

Se trata de quedar bien y si es posible culpando a alguien. Estas conductas son imitativas y repetitivas, por tanto, se traslada a la calle esta manera de cargar el muerto a otro, sin ni siquiera intentar  comprender que ha pasado. Es curioso hablar con unos y con otros y captar la confusión y el desconocimiento que hay sobre la crisis, su desarrollo y sus posibles soluciones. Como una cantinela, escuchamos eslóganes de una parte y de otra pero todos carentes de base, de conocimiento, de razones y de sensatez.

Por eso, como decía antes, la sociedad mediática y civil se ha convertido en un campo de batalla dominada por eslóganes elaborados en las oficinas de propaganda de los partidos políticos y sindicatos. Esperemos que en algún momento de lucides alguno escuche a Shakespeare y se aplique el cuento: “Dueños de sus destinos son los hombres. La culpa, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nuestros vicios»

por @mbellido

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