Todos los que escribimos tenemos en nuestras mentes microcosmos. Algunos de estos espacios son recuerdos personales de infancia, lecturas de algunos o muchos libros, geografías ciertas o imaginarias, pequeñas porciones de nostalgias, sentimientos imborrables, historias de la Historia; escenas que se van encendiendo arbitrariamente en nuestro interior, despertando el deseo de transformarlos en escritura.
Fruto de mis viajes por el mundo se han ido depositando en ese apartado de la memoria imágenes y retratos de paisajes, de lugares condicionados de norte o de sur, de tierras de aguas quietas y de aguas enfurecidas, de habitaciones bañadas por la luz solar y de, esas otras, donde es mejor dejar que anochezca sin encender la lámpara, de paisajes donde el alma se vuelve inmortal, de tierras ensangrentadas o poseídas por la maldad y de rincones donde la naturaleza erosiona, día tras día, los espacios no amados por el ser humano. En algunos de esos microcosmos también anidan anuncios publicitarios de cigarrillos rubios o de coches con rubias platino, versos, alusiones eruditas, gilipolleces, bálsamo de risa, de epopeyas topográficas con tanto de fauna, flora, hidrografía y orografía.
En uno de esos microcosmos estas también tú, lectora o lector, con tu viva curiosidad, con tu modo de leerme, con esas preguntas a veces insatisfechas que te dejan mis relatos, con tu fidelidad de acudir alguna vez o siempre a esta cita, con tus correcciones de forma o de fondo a mis escritos, con tu amabilidad y tu comprensión. Hoy en uno de estos microcosmos de mi mente estabas tú. Gracias.