Hay un fenómeno que siempre me ha dado fastidio y al que no logro acostumbrarme, se trata de atacar e inculpar a la gente que ya ha fallecido, quizás después de haberlos incensado (quizás demasiado) mientras estaba vivo. A veces no es ni siquiera un juicio grave sobre la persona, es una duda, una sospecha, una frase ambigua, que dice mucho sin decir nada. El científico Erwin Chargaff decía que la frase De mortuis nihil nisi bonum probablemente la inventó un empresario de pompas fúnebres del neolítico,  sin embargo, con el tiempo, esa actitud ha cambiado y para muchos cuando alguien muere, ese individuo ya no sirve, ha perdido el poder, ha perdido el carisma y por tanto no hace falta respetarle. Me acuerdo y es solo un ejemplo, todo lo que se dijo contra  Encarna Sanchez una vez fallecida, (persona a la que conocí bien pues tuve la ocasión de trabajar con ella algunos años en la misma Cadena de radio)  Lo curioso es que esas sombras que se proyectan sobre la persona fallecida se difunden, sin pudor alguno, a poca distancia del fallecimiento. El ataque denigratorio se hace enseguida, porque si pasa el tiempo,  pensaran los que lo hacen,  perdería resonancia y no provocaría  ese efecto que es lo que probablemente buscan quienes  agravian.  Dégoûtant, ¿verdad?

Nada es más fácil que censurar a los muertos decía Julio Cesar. Hoy en una reunión de trabajo  he vivido esa desagradable experiencia. Es muy probable que quien habla mal de la gente que ya no se puede defender tenga  la ingenua fantasía de tener “el poder de destruir”  o de estar por encima de la persona sobre la que habla. Son los límites de los espíritus mediocres. Me retiré de la conversación sugiriendo que de los muertos debería decirse sólo lo bueno. Se me respondió con ese mamarracho de frase, que aquí se suele usar mucho: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Sorprende cuanta vela hay  que pretende  alumbrar todo, menos su propio candelabro.

por @mbellido

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