Amar y ser amado

En agosto de 1984 comencé a escribir una especie de autobiografía seleccionando el contenido de apuntes de viaje, diarios y fotos. Años más tardes comenzaría a dar forma a los textos. 10 capítulos resumen acontecimientos importantes de mi vida desde 1954 hasta 1987. En realidad esa suma de datos precisos y ordenados quería ser un obsequio a mi hija que en numerosas ocasiones me había pedido que le contase sobre mis viajes y experiencias que había hecho en mi juventud. Hoy leyendo por encima algunos capítulos comprendo que, aunque el texto es de una extremada austeridad lo escrito, cumple dos funciones: revelar el itinerario de mi vocación periodística y mostrar mi esencia vital. Cuando se escribe sobre uno mismo es imprescindible la honestidad y la conciencia del propio cometido de cronista. En los capítulos se trasluce un deseo: vivir es defender la belleza. Es el centro que deseo siempre preservar en mi existencia. Mientras releo el texto descubro que el talante y el destino que refleja su contenido pueden representar a muchos de mi generación.
La historia vértebra el argumento alternando pasado y presente. Recuerdos de la infancia, experiencias familiares, menciones a personajes conocidos por mi trabajo, naturaleza, ciudades, libros, cuadros, danza, amigos, sensaciones y convicciones ilustran este repaso de la memoria personal. Mientras leía descubría muchas alusiones, cada cosa insinúa otra, cada experiencia transporta a otra, cada persona se relaciona con otras. La vida misma. Una autobiografía siempre está llena de confidencias un lugar que suministra pistas y rasgos sobre el modo personal de mirar la existencia. He oído decir a un cineasta recientemente que el paisaje no es un decorado, es un espejo en el que nos miramos, que determina nuestros actos. Si algún día, mi hija u otra persona leerá esas páginas no encontrará probablemente solamente un relato sino un espejo donde reflejarse y quizás el deseo que anida en el corazón de todos los seres humanos amar y ser amado.