Corren tiempos de cambio. Cambios en las empresas, en las familias, en la sociedad y en las personas: en aquellas que, con la crisis, han visto hacerse trizas todas sus ilusiones y en aquellas que, después de los primeros síntomas de vulnerabilidad, han entendido que la nefasta circunstancia podía convertirse en una oportunidad.

La crisis ha supuesto un frenazo en seco y esto ha hecho tomar conciencia de la necesidad imperiosa de pararse para entender qué estaba pasando y qué podía significar para cada uno.

El ritmo de vida que llevábamos no siempre permitía tener a mano esos momentos de soledad imprescindible para una reflexión consciente, personal y colectiva. Ahora la búsqueda de esos instantes se ha convertido en indispensable. Muchas personas, incluso, están descubriendo el valor del silencio interior. Un empresario me comentaba recientemente que se estaba dando cuenta ahora de la estridencia desenfrenada que envolvía su vida. La adrenalina se había convertido en el combustible de su día a día, mientras perdía por el camino el equilibrio emocional necesario para no enfermar. Llegó a pensar que el ritmo frenético que lo empujaba era un “valor” que debía conservar y del que podía incluso presumir.

Los seres humanos somos especialistas en tendernos a nosotros mismos trampas, incapaces de deshacernos del malestar que el ruido publicitario, el desasosiego consumista y las ambiciones nos producen.

La sociedad del consumo nos ha acostumbrados a quererlo todo y a tenerlo todo.

Eludimos el silencio de nuestro ser porque éste suele ser una invitación a confrontarnos con nuestro vacío.

Es más fácil, después de un día ajetreado, abrir la televisión y zambullirse en la mediocridad que no buscar en nuestro interior respuestas para nuestra vida. El formato social que se nos cuela por la pantalla es la agitación que anula la inteligencia y el espíritu. El consumo mediático es una modalidad de evasión que hoy está de moda y que permite vivir en un mundo virtual alejando de nosotros la realidad.

La adrenalina que producen las pasiones desordenadas no consiente las acciones inteligentes.

El silencio interior nos conduce a centrarnos no tanto en los que tenemos que hacer sino en lo que estamos haciendo, concentrándonos en las acciones inmediatas, en el aquí y ahora, nos ayuda a ver y valorar lo que tenemos y no lo que no tenemos. Y a reconocer lo que somos.

La crisis nos ha hecho a todos más pobres y esto es una gran oportunidad para hacernos más esenciales, para redescubrir el valor del ser sobre el de poseer. El futuro que tanto nos obsesiona puede llegar a ser mejor si apuntamos nuestra brújula en sentido correcto. Ya lo dice el refrán: “No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”. Sería para estar muy satisfecho si la crisis nos enseñara algo sobre la virtud de la humildad, nos alejara de la codicia y nos revelara algo del secreto de la felicidad. «El secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere sino en querer siempre lo que se hace», dijo Tolstoi. ¿A qué estamos dispuestos a renunciar?

por @mbellido

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