A veces vuelve en un reflejo en un escaparate, en una canción en la radio, en un perfume, en un tono de voz, en una palabra, y se nos pega en el alma un cierto sentimiento de inmensidad, con tal fuerza como lo haría un chiche en la suela de los zapatos. A veces nos invade el deseo de alcanzar la cima de una montaña, de estar al día en las nuevas tecnologías, de aprender un nuevo idioma, de batir un record, de hacer algo grande por los demás y, de repente, sentimos una fuerza dentro que nos da la certeza de ser capaces de cualquier proeza. Son todos signos de algo que nos empuja hacia un destino infinito, que nos hace creer que somos capaces de dominar lo ilimitado. Nuestra vida, en muchos momentos, se convierte en una progresión hacia la plenitud.
En muchos casos la necesidad de satisfacer deseos consumistas, con lo que ello conlleva de experimentar sensaciones estimulantes aunque transitorias, nos aporta preocupaciones. Son esas ansiedades que nos impiden visualizar proyectos, aspiraciones o compromisos más amplios y nos generan fragilidad e insatisfacción. La Navidad está a las puertas y nuestro entorno nos habla de cómo decorar nuestras casas, nuestras calles, qué regalos comprarle a nuestros familiares y amigos, qué menú cocinar en esos días, qué hacer con los niños, qué destinos turísticos escoger, qué vestidos ponernos. Si tuviéramos que resumirlo en un eslogan podríamos decir: elige bien, reserva la oferta placentera que más te guste y disfruta de las navidades a tu manera.
¿Dónde está el verdadero sentido de la Navidad? ¿Dónde hemos escondido a su protagonista, a ese niño que da sentido a esta fecha? A veces tengo la sensación de que Herodes se vuelve a vestir cada año de consumismo e intenta, en su particular matanza de los inocentes, borrar del mapa a Jesús. Esta sociedad se está acostumbrando en muchos casos a vaciar de contenido todo lo que se hace. Aniquilar el espíritu en nuestra vida nos hace vivir a la intemperie y si a eso se le añade el escaso sentido de solidaridad que caracteriza en estos tiempos a la sociedad occidental, nos hace aún más endebles. Mala cosa pensar que la vida del espíritu es un añadido y no una floración de la plenitud humana.
A veces vuelve en una mirada, en un encuentro, en una lectura, en una obra de arte, en un gesto y nos atraviesa un sentimiento de eterno con tal fuerza que nuestra mirada se eleva por un momento más allá de los escaparates y se nos cuela en las venas el sentido de la navidad. El espíritu de la Navidad puede volver también en Navidad, basta estar un poco atentos.

Una imagen del Santuario Maria Theotokos

por @mbellido

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