Hace unos meses una amiga me confió que iba a abortar. Traté de persuadirla para que no lo hiciera, pero me respondió que estaba decidida y que no se echaría atrás, porque no tenía fuerzas para afrontar el nacimiento de un hijo que no había deseado.
Me quedé profundamente tocado por el dolor de aquella persona y por las consecuencias de su decisión, consciente, en mi reflexión, de que la vida de una persona es un bien fundamental e inviolable, que efectivamente aquello que mi amiga llevaba dentro y que arriesgaba de condenar a la pena de muerte era una persona. También pensé que, abortando, en el espíritu de esta chica quedaría una profunda cicatriz difícil de sanar. Quise estarle cerca, echarle una mano, pero me fue difícil en los meses sucesivos contactar con ella. La verdad es que me sentí un poco perdido delante de aquel drama y no supe qué hacer. Comenté el tema con otros conocidos, sin revelar la identidad de la persona. Obtuve todo tipo de respuestas, y en muchos casos encontré una gran superficialidad o, quizás, indiferencia en el focalizar la tragedia del verdadero protagonista de la historia: una criatura inocente e indefensa que se estaba jugando la vida. Constaté, una vez más, la profunda crisis que atraviesan las conciencias personales y la sociedad actual. La fuerte indiferencia social hacia estos temas produce soledad en muchas madres que atraviesan por ese mal trago y que necesitarían un fuerte apoyo en esas circunstancias, al menos por el bien del hijo, que se juega la vida o la muerte, por una decisión tomada por su madre en un gran abandono.
Nunca olvido la frase de madre Teresa de Calcuta: “Dadme a mí los niños que no queráis”.
He vuelto a ver a mi amiga recientemente. Su herida es profunda y a veces se arrepiente de no haber aceptado el regalo de la vida que llevaba dentro. Trata de olvidar y, por ello, se está haciendo ayudar: necesita recuperar confianza, sensibilidad y saber que es posible comenzar de nuevo, a pesar de los errores cometidos, proyectada hacia un futuro nuevo.
La multitudinaria manifestación que se celebró en Madrid este sábado, contra la propuesta de una nueva Ley del aborto, me ha traído a la memoria la experiencia de mi amiga. Esa marea humana celebró la vida y condenó el holocausto silencioso. Zapatero no puede seguir dando a la espalda a esa parte de la sociedad que aún cree “que cada vida importa”. El gobierno debe reconsiderar su decisión. El derecho a la vida es demasiado importante como para frivolizar con él.
Manuel Bellido

por @mbellido

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