Recuerdo un hecho de hace bastantes años cuando, aún estudiante en Italia, recorría un día la “Autostrada del Sole”, en dirección Florencia – Bolonia, con un profesor de Sociología, frecuente compañero de viaje en ese trayecto, en su vieja Fiat descolorida. Estábamos parados detrás de una larga cola de coches, esperando nuestro turno para pagar el peaje, cuando me dijo: ¿Te has preguntado alguna vez qué diferencia existe entre la máquina que pulsando un botón nos dispensa el ticket si pagamos con la tarjeta de crédito y el señor que nos recoge las monedas y nos lo entrega en mano? No recuerdo bien lo que le dije por salir del paso, pero sí recuerdo lo que él me respondió: Si mi atención está puesta sólo en la prisa que llevo, no encuentro ninguna diferencia. Ante la máquina retiro de la ranura el ticket y ante la ventanilla, retiro de la mano del señor las monedas y el recibo. La diferencia surge si mi estrategia de atención me despierta hacia el descubrimiento de la persona que está detrás de aquella mano, persona sin nombre para mí, pero siempre persona, y me impulsa a pronunciar un: “gracias, buenos días”.

Este episodio sin importancia lo he recordado recientemente asistiendo a unas jornadas sobre recursos humanos, donde alguien, enumerando los mil y un problemas de convivencia intelectual y emocional en las empresas, decía que cuando existen dificultades, de cualquier índole, se suele decir que en origen se trata de una mala comunicación interna, porque no se tiene en cuenta que se dirige a personas y no a máquinas. Añadía que, como es frívolo pensar que los problemas se resuelven limitándonos a hablar de ellos, se eluden con la excusa de no avivar el fuego y evitar que aumente la laguna existente, pero alimentando la insatisfacción general.

En realidad, porque se trata de relaciones interpersonales y éstas son capitales para el ser y para el saber estar en una empresa, bastaría accionar el interruptor que llevamos dentro de nosotros y empezar con una mirada, un saludo, una mínima cortesía para establecer un puente con el equipo de trabajo y poner en marcha ese circuito vital que devuelve la sensación de fluidez.

Las vacaciones pueden ser un buen momento de reflexión para redescubrir en nosotros el papel que como actores sociales tenemos asignado para hacer más humano el segmento de sociedad en el que vivimos, redirigir nuestra estrategia de atención hacia el descubrimiento de las personas que nos rodean, sabiendo que las personas no son iguales y que son precisamente las diferencias las que enriquecen y hacen la vida interesante. No es mala inversión crecer en humanidad para mejorar las capacidades de nuestros equipos de trabajo. Un líder actúa siempre en beneficio de sus seguidores y dirigir empresas se ha convertido ya en una tarea donde establecer relaciones positivas desempeña el papel principal.

por @mbellido

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