Traumático, rápido y, para muchos, inesperado es el modo en que todo está cambiando. Mientras un número creciente de empresas van cerrando sus puertas y centenares de autónomos van abandonando su aventura emprendedora, el empobrecimiento de las clases medias es un dato estadístico consolidado y el cuchillo de la desigualdad corta por la mitad y con firmeza nuestra sociedad.

España muestra su cara más frágil en estos meses y, poco a poco, todos vamos abandonando la idea de que era posible un crecimiento ilimitado, sobre todo en algunas regiones como Andalucía, tan pobre en su sector productivo y tan engordada en su sector funcionarial.

Administraciones Públicas, empresas y familias hemos vivido durante años por encima de nuestras posibilidades y ahora vemos derrumbarse los andamios de nuestros recursos económicos como quien observa un globo desinflarse.

Ante nuestros ojos se desvanece el empleo, la productividad, la inversión, las ilusiones y el bienestar y no nos queda más remedio que reconocer una gran impotencia. ¿De quién depende todo esto?, me preguntaba un empresario desesperado. ¿Tienen la culpa los mercados, los políticos, algunos medios de comunicación o cada uno de nosotros? Sinceramente, no lo sé.

Pero entiendo que en la raíz de estos males casi siempre encontramos corrupción, degeneración, depravación, inmoralidad, sinvergonzonería, que son flores de otras plantas envenenadas como la ambición, la avaricia, la codicia y el egoísmo en general que busca a toda costa el lujo, la exuberancia, la superabundancia, la demasía y la copiosidad sin medidas, sin importar el medio con que se alcance.

Por eso la escasez y las carencias que están acarreando esta crisis ponen también al descubierto la falta de valores de una sociedad que cabalgaba desbocada, en un consumismo inútil y desequilibrado, hacia un sospechoso bienestar material negligente con las cosas del espíritu.

Sigue lloviendo y no hay esperanza de que el temporal amaine pronto. Siguen cayendo las bolsas internacionales, no se venden coches nuevos, las gasolineras están en pérdidas, siguen cerrando agencias inmobiliarias y constructoras, cajas y bancos acumulan miles de pisos devueltos por no pagar las hipotecas, se multiplican las quiebras y los concursos de acreedores en las empresas, arrasa una crisis colateral en el sector servicios, millones de familias con todos sus miembros están en paro, aumenta la mendicidad y la delincuencia, aumenta la morosidad, disminuye el crédito por parte de la banca… La avaricia terminó rompiendo el saco. Y esa es una lección que tenemos que aprender de una vez.

En el fondo, para algunos esta crisis puede ser una oportunidad, la que permita abrir lo ojos sobre la insostenibilidad de un progreso basado en los excesos de un juego de los mercados de suma cero.

Quizás terminemos entendiendo que nuestra sociedad necesita menos consumo material y más riqueza interior, menos «bienestar» y más «bienvivir».

Se trata de volver a escribir la partitura de nuestro modo de vida, del modo de hacer política y de concebir la economía. Puede ser que el día después de las elecciones de noviembre encontremos sobre el pentagrama la primera nota. Necesitamos cerrar una época de sombras y abrir otra más luminosa.
por Manuel Bellido

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