Fue en Hong Kong en 1979, mientras visitaba un campo de refugiados, cuando conocí a Lilo Wong. No había hecho otra cosa en la vida que huir, de su infancia, de su país de origen, de su padre. Llegó al extremo de cambiarse el nombre y los apellidos. Intentó durante años ser otra persona para poder integrarse en otra sociedad y ser aceptada. Tenía miedo. Cuando la conocí aún tenía miedo, mucho miedo. Hablando con ella en aquel campo de refugiados, gracias a la traducción de una enfermera de la cruz roja, llegó a confesarme que a fuerza de cambiar su identidad había llegado al extremo de no saber ella misma quién era. Algunos años después decidió viajar a Italia. Me buscó en Florencia, donde sabía que yo habitaba. Extranjera otra vez, en una tierra muy diversa de la suya, se sentía perdida. Todo nuevo para ella, la mentalidad, la gente, la cultura, pero sobre todo comenzó a entender que no todos los corazones esconden ira. Desde su infancia había aprendido a hacerlo todo en silencio, a no molestar, a no llamar la atención para evitar que nuevos cardenales acompañaran a las manchas azuladas que ya tenía sobre su piel, fruto de los golpes que su padre le procuraba. Me pidió ayuda, quería comenzar una nueva vida. Apenas nos entendíamos con el idioma, pero aprendí a traducir sus silencios y ella mis miradas. Una familia florentina le abrió las puertas de su casa y empezó a sentir la calidez del afecto. Lilo no conocía aún el calor de un abrazo, la dulzura de una mirada, el recuerdo de una nana para dormir. Consigió entrar en una escuela de danza. Era una alumna aventajada y progresaba diariamente, no solo con la danza moderna, también con la clásica. Cuando me volví a España fui a despedirme. Quería agradecerme lo que había hecho por ella, la ayuda que le había prestado a su llegada en Italia. Me susurró una frase y como no la entendí la escribió sobre un trozo de papel: “Em ye^u anh”. Años más tardes alguien me explicó su significado.
Hoy he vuelto a encontrar el rostro de Lilo en una página de Internet. Ha vuelto a cambiar su nombre, seguramente es solo por cuestiones artísticas. Trabaja en Nueva York, es una coreógrafa muy conocida. He recordado cuando, sin decir palabras, a través de gestos, me explicó que había nacido en una choza cerca de un río, una choza redonda con el techo de hierba y cuando llovía un perfume fresco lo invadía todo. Con Lilo era fácil traducir silencios.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com