Hace años, en mi primer viaje a Asia, encontré a un monje budista con el cual establecí una afable relación que, aunque de pocos días, fue para mí verdaderamente enriquecedora. Siempre me he propuesto enriquecerme a través de esos contactos en otras partes del mundo, con personas de otros orígenes, seguro de que otras culturas y otros pensamientos me podían aportar amplitud de análisis crítico respecto a ciertos aspectos de la vida.
Aún recuerdo algunos de los pensamientos de este monje, y uno en particular que hablaba de nuestros actos y sus consecuencias ha regresado en estos días a mi memoria: “Hay dentro de nosotros una energía que aumenta o disminuye según sean nuestras acciones, una energía identificable que cambia de color después de cada momento vivido, que nos ayuda a aumentar nuestra autoestima o nos deprime, que nos ensalza o nos desprecia”.
Nuestra vida es una sucesión ordenada o desordenada de actos libres donde nos confrontamos con una razón ideal, fruto de nuestra conciencia: la responsabilidad humana. Se supone que sabemos que detrás de cada acción, de cada gesto, de cada palabra, de cada quehacer, llegan las consecuencias. Es imposible huir de nuestro pasado: con el pasar del tiempo se pueden presentar los efectos de algo que hicimos. En cada momento tuvimos la oportunidad y el tiempo de escoger como vivir una determinada circunstancia. Después, inexorablemente, han llegado las consecuencias.
Pienso en las reflexiones que hacen muchos ecologistas sobre la relación con el medioambiente. De como tratemos hoy a la Tierra reservaremos un futuro peor o mejor a las generaciones futuras, a nuestros hijos. Y no es solo cuestión de buenas intenciones, se trata de responsabilidad, de conciencia responsable. No se trata solo de respetar al ser humano o a la naturaleza en el presente, por un motivo más o menos romántico, sino de proyectarnos más allá, de actuar de tal manera que la vida humana se pueda seguir viviendo en las mejores condiciones, también en el futuro, de evitar que el modo de vida actual destruya la posibilidad de vida futura.
Estoy convencido de que hay que tener en cuenta no solo los motivos de nuestras acciones presentes, sino también sus consecuencias. Como decía mi amigo, el monje chino, después de cada acción cumplida sentiremos una energía que nos pondrá mal sabor de boca o nos hará sentirnos bien. Se construye el futuro actuando responsablemente en el presente y no tengo más remedio que concluir con Woody Allen: “Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida”.

Manuel Bellido

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com

Los comentarios están cerrados.