Escuchando noticias sobre la situación dramática que vive Siria, podríamos pensar que ya es demasiado tarde para salvarla. Sin embargo algo nos empuja a seguir manteniendo la esperanza. El régimen de Bashar al-Assad se está oponiendo constantemente a una situación política de transición y está dejando que la devastación sea la protagonista de sus días, en el escenario de una guerra civil, demasiado cruel para ignorarla y mirar para otro lado. El tejido nacional de Siria se ha desmoronado y en el cruel escenario de sus pueblos reina solo el odio provocado por frentes sectarios y étnicos enfrentados. El Estado ha perdido el control reduciendo su papel a a la demostración de su superioridad de milicia prepotente. Siria recorre el camino que recorrieron ya Líbano o Irak. Pasaran decenios para que Siria recobre la unidad nacional y se instaure la soberanía del Estado. Las imágenes que vemos a diario en la TV muestran un pueblo abandonado y sofocado por luchas radicales, que además están colapsando la economía y empobreciendo a sus habitantes. ¿Qué hacen mientras tanto Bruselas, Washington, Moscú y China? Por lo que sabemos, nada. Sin embargo el deber de proteger a estos ciudadanos de esa parte del mundo corresponde a la comunidad Internacional. Las sanciones sirven a poco. Siria se desangra y es urgente parar esta masacre.