La Historia nos enseña que los poderes absolutistas acaban siempre enredados en una deriva paranoica, y es que, al perder la capacidad de distinguir entre el “pensamiento único” que los anima y la realidad, y abandonando las buenas maneras del diálogo, este tipo de poder se ahoga en su propia leche caducada, convirtiéndose en rehén de un pensamiento totalitario.

El autoritarismo, desde siempre, cuando se encierra en el calabozo de su propio ego, intenta reducir constantemente a todo el que piensa distinto, para dominarlo, diseccionarlo, manipularlo, acallarlo y, si es posible, destruirlo. El control se convierte en obsesión. Así se arraiga la intolerancia hacia todo lo que….

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por @mbellido

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