Hace unos años, cuando abríamos un libro de narrativa empresarial, de marketing, de logística, de dirección o de comunicación, explícita o tácitamente, bebíamos de los temas como si en la acción empresarial se hubiera alcanzado un estado definitivo y supremo que ya no se podía superar. Nada más perjudicial y menos real que este perjuicio inmovilista. Hoy en día, todos sabemos que la actividad empresarial no ha tropezado para nada con su techo, por el contrario, todo sugiere que lo que ayer o en estos momentos funciona de un determinado modo, mañana será totalmente distinto. Además, la creciente imposibilidad de estar, de obrar y de pensar solos nos abre los ojos a un mundo globalizado, en continuo cambio, que nos envuelve y es, por su potencia, una especie de cataclismo natural contra el que nada podemos. El crecimiento exponencial de la tecnología informática sugerido hace ya tiempo por la Ley de Moore es como un tsunami que transforma la sociedad y los mercados, produciendo cambios extraordinarios en las necesidades y expectativas de los ciudadanos, que a su vez son clientes y proveedores de nuestras empresas. Y esta realidad también puede impulsar a nuestros competidores a introducir mejoras y cambios en sus productos y servicios con el riesgo de ganarnos cuota de mercado o dejarnos fuera de él. En definitiva, innovar es el único camino que se nos abre para producir bienes y servicios de calidad, excelentes y diferenciados, y de utilizar técnicas productivas y de gestión más eficientes y económicas para no menguar o desaparecer.
A lo largo de nuestro mundo se está tejiendo a gran velocidad una red cada vez más tupida de hilos económicos, de comunicación y reflexión que empuja a pensar, a producir y a actuar globalmente y, afortunadamente para muchos, también solidariamente.
No se trata sólo de mecanizarnos o informatizarnos, ni siquiera de cambiar las fábricas por los laboratorios científicos y tecnológicos, ni de sustituir la producción por la investigación. Se trata de incorporar a nuestra visión una mentalidad distinta y más abierta, para llegar a elaborar estrategias de desarrollo, anticipándonos a las tendencias de mercado; se trata de ser abiertos a obtener, a través de la formación, la capacidad de asimilar los cambios tecnológicos, transformar nuestra actitud y obtener colaboración interna creando equipos en nuestras empresas, y colaboración externa para avanzar más deprisa. Y todo ello, añadiría, sin olvidar de poner siempre a la persona al centro de nuestras acciones, enfocando nuestras vidas no sólo a la búsqueda de más bienestar, sino a la necesidad de más “ser”.
Toda esta complejidad puede pesar en algunos que se resisten a afrontar estos cambios más que lo que pesaba a los seres humanos de hace algunas generaciones frente a unas transformaciones más lentas. Sin embargo, no podemos perder de vista que el futuro puede ser mejor y que, si lo queremos y nos ponemos manos a la obra, nos espera un resultado inmenso. En cada etapa de la existencia sobre la Tierra, el organismo humano ha vibrado y avanzado de modo impetuoso. Ese es el gusto por la vida que todos llevamos dentro.
Este es el momento de innovar incorporando en nuestros gestos una nueva cultura colaborativa. Colaborar y sumar, lejos de disminuir a los seres humanos, los enriquece y los acrecienta. Podemos llegar más lejos de lo que nunca hubiéramos imaginado.
Manuel Bellido
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