Barthes, un hombre que dedicó mucho tiempo a la semiología y al estudio de los signos, explicó un día que caminar con un paraguas abierto, para quien realiza dicha acción, no quiere decir otra cosa que protegerse de la lluvia; pero si alguien lo observa desde la ventana de su casa, este ‘comportamiento’ significa otra cosa, sencillamente que está lloviendo. Son dos maneras de definir una misma situación, desde dentro y desde fuera. Pues bien, lo mismo sucede cuando hablamos de modernidad y de progreso en Andalucía. Desde dentro nos sentimos protegidos por el paraguas de cierta propaganda machacona que nos define como ‘imparables’ y que nos impide enterarnos de cuanto llueve, o en este caso de lo lejos que estamos del concepto de modernidad que tienen otras regiones europeas. Desde fuera se observa el chaparrón y la inestabilidad atmosférica crónica que padecemos, o mejor dicho la precariedad que soportamos en el desarrollo de nuestra sociedad. Esta precariedad precisamente ha sido el objeto de las observaciones de un amigo periodista alemán que hace unos días me visitó y al que tuve que acompañar a un centro de la Seguridad Social aquejado de una intoxicación. Después de casi dos horas y media esperando que el médico le atendiera, en medio de un gran bullicio, mucha suciedad y desorganización, el diagnóstico que hizo sobre este servicio público en Andalucía no podía ser precisamente positivo. Ese mal funcionamiento que probablemente proviene del inmovilismo de la Administración Pública, de una mala gestión o del anquilosamiento burocrático de algunos funcionarios, lo sufren diariamente muchos miles de andaluces y, sin embargo, la sociedad no se queja y no manifiesta su contrariedad a través de los mecanismos legítimos de la democracia.

Por su parte, los políticos siguen manteniéndose por encima de la melée, practicando una política rutinaria sin otra salida que la de perpetuarse en el poder. Mi amigo, el periodista alemán, no entendía por qué nuestra sociedad seguía tan anestesiada. Me recordaba que progreso y democracia van de la mano y no hay democracia que no quiera encauzar sus esfuerzos en concebir la sociedad como el ‘Estado del bienestar’, el ‘Welfare State’. Efectivamente ése sería el objetivo fundamental de todos los gobernantes. ¿Entonces por qué tantas anomalías sin ninguna desaprobación por parte de los ciudadanos? ¿Por qué este conformismo que roza la complicidad? En aquel momento no supe qué contestarle y le recordé una frase del escritor Alberto Moravia: “Curiosamente los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”. Mi amigo me respondió con otra de Chesterton: “Desde la aurora del hombre, todas las naciones han tenido gobiernos, y todas se han avergonzado de ellos”.

por @mbellido

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