A lo largo de la historia, se ha descrito el sueño como un fenómeno nocturno e inquietante. También se ha considerado como una especie de vacaciones del alma consciente que se abre camino por la abismal interioridad humana. Hoy, camino de la redacción me llamó la atención un niño de pocos meses que dormía tranquilo en el interior del cochecito que empujaba su madre. El niño sonreía, probablemente soñaba. Esa imagen me ha traído a la memoria un cuadro que descubrí por primera vez hace muchos años en Paris.
Los grandes artistas han tenido la ocasión de representar el sueño en sus pinturas y esculturas. El cuadro que he recordado lo encontré hace años en el Museo del Louvre en Paris, es una pintura de Antonio Allegri, Correggio, “Venus y al Amor espiados por un sátiro”
La imagen es muy erótica. Venus y el Amor están dormidos y sus cuerpos desnudos son descubiertos por el Sátiro tras retirar una sabana azul que los cubría.
La imagen hace cosquillas a la fantasía que nos introduce en la escena para descubrir la fuerza y la potencia de la naturaleza y los placeres del amor carnal, presentes en la mitología. La simbología del cuadro es riquísima: una llama parece surgir de debajo de la sabana azul que les cubre y se eleva, sus cuerpos descansan sobre una piel de león, unas flechas peligrosas y un arco parecen estar custodiados por la diosa madre.
La sensualidad que emerge del cuerpo arqueado de Venus absorbiendo la tenue luz del atardecer contrasta con la figura regordeta de Cupido que se ha dormido rosando con su codo el muslo de la diosa.
Delante del cuadro nos podemos interrogar que pensaba el Sátiro y probablemente que soñaban Venus y Cupido en ese instante. Esta mañana contemplando el rostro sereno del niño que dormía en su cochecito pensé en algo que dijo Leonardo: «así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte».