Conservo libros desde mi juventud de los que nunca me separo; son libros que me han acompañado en todas mis mudanzas, libros gastados, algunos forrados todavía con el mismo papel de envolver que usó mi madre para que no se estropearan en mis años de colegio.

Los primeros llevan la etiqueta de un Club de lectores al que estábamos suscritos en mi casa: Capitanes intrépidos de Rudyard Kipling, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, Los Viajes de Gulliver de Jonathan Swift, algunos de Julio Verne como Veinte mil leguas de viaje submarino y Viaje al centro de la Tierra… Es difícil separarse de estos libros porque cuando los vuelvo a tomar entre mis manos y comienzo a releerlos no hay motivo intelectual que pueda obstaculizar la emoción de esperar otra vez a ver cómo terminan.

En mi adolescencia me sumergía en ellos y me trasladaban mágicamente a otros territorios. En algunos conservo entre sus páginas hojas secas o pétalos de flores descoloridas, papel de caramelo, envoltorios plateados de bombones, algún sello de la época, una pajarita de papel hecha por mi abuelo. Son trozos de vida que se entremezclan con la vida misma de los libros. Hoy los marca páginas son más sofisticados, de encaje como los que venden en Bruselas, de metal en forma de clips que venden en las papelerías, marcadores Ilustrados, conmemorativos, publicitarios… Los de mi adolescencia guardan recuerdos tiernos, amores de ocasión, cielos del alma, ventanas interiores, aires de aventura, bostezos, veranos en fuga.

El río de la vida que pasa hoy a través de estos libros me deja marca páginas de tiempos recobrados, “hucha” de deseos juveniles y tiernos garabatos de mi adolescencia cuando creía firmemente que era posible cambiar el mundo. Voces olvidadas que regresan del tiempo como ecos de una canción, olor a lluvia o el recuerdo de aquel día que dí mi primer beso.

Tengo que reconocer que esa etapa de mi vida, punto de transición entre mi ser niño y mi ser adulto, fue privilegiada. Edad de cambio biológico, cultural y social acompañado de libros. Historias que me enseñaron a asumir decisiones propias y compromisos, a ganar experiencia e independencia. Hoy estos libros y estos señala-páginas atípicos me muestran como un colibrí suspendido en el espacio la imagen de mis ratos de lecturas en aquellos años y que a lo largo de mi vida generaron mi vocación de escritor y periodista, mis ganas de vivir por y para las ideas, mi interés por lo que ocurre a mi alrededor, mi actitud crítica frente a la vida, mi independencia, mis principios y mi apertura mental, el desarrollo de mi actividad actual, que tanto tiene que ver con el leer, reflexionar y expresarme.

Volver al origen no es retroceder. De vez en cuando la vida rescata momentos y emociones, revelando que el olvido sólo es un destino provisional. Hoy, sé que escribo porque aprendí primero a escuchar los cuentos de los labios de mi madre y después a leer. Con ello aprendí a pensar y a evocar, a sacar conclusiones a partir de premisas. Con el tiempo y la práctica aprendí y aprendo cada día a plasmar el pensamiento a través de la escritura para compartirlo. Mi madre, Kipling, Jonathan Swift, Mark Twain, Juan Ramón Jiménez, Julio Verne y muchos otros tuvieron esa bendita culpa.

Manuel Bellido
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por @mbellido

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