Las semillas de la alegría germinan esplendidas cuando se plantan en la tierra del afecto. Sus flores son vivaces como los geranios. Sin alegría no se sostiene la vida. La alegría que procede del enamoramiento es oxígeno puro, aquella del cariño materno es vida pura, la de la amistad es intensidad inagotable. La alegría cuando es verdadera se explaya, es de un dinamismo expansivo y contagioso. Ha sido quizásl a experiencia más destacable del día. Una llamada telefónica, una voz que sonreía al otro lado del teléfono, una buena noticia compartida, unos recuerdos, unas certezas y, de repente, la alegría se hizo enseguida incontenible y desbordante, traspasó el tiempo y el espacio. La alegría casi siempre lleva de la mano un crecimiento, un avance, una maduración, una mayor receptividad a lo bueno. Sentimos que nuestra capacidad de amar alcanza una dimensión mayor y nos regala esas semillas que florecen en el deseo de dar y recibir ternura. El día que nos transporta la alegría logramos vencer nuestras resistencias y las que encontramos fuera de nosotros. Ese es el poder de la sonrisa. Aflojamos los miedos y alejamos las preocupaciones.
Termina el día y antes de cerrar los ojos siento la gratitud de sentirme agraciado y privilegiado. Concluyo que las fibras del corazón y del alma humana fueron creadas para la alegría más que para la tristeza. Como el amor, la alegría es capaz de conectar todo nuestro ser, espíritu y cuerpo. El brillo en los ojos y la sonrisa así lo delatan. No es una frase gastada la de Benjamin Franklin: “La alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro”.

por @mbellido

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