La palabra fraternidad ha caído en desuso y, no solo, también parece que en muchos lugares ha caído también en desuso el practicarla. La fraternidad no es un simple sentimiento, ni la mera descripción del hecho natural de ser hijos de unos mismos padres. Así lo demuestra el uso que ya hacían los antiguos de este concepto. En los inicios de la civilización judía, por ejemplo, en el libro del Génesis, encontramos descrita una imposibilidad de convivencia que desemboca en fratricidio. El primer fratricida, Caín, fue también el primero en fundar una ciudad, Enoc. Parece como si la Biblia, de este modo, estableciera un vínculo original entre el fratricidio -la fraternidad negada- y la primera forma de organización política.

Se podría retroceder mucho en el análisis de la historia y en los casos de negada fraternidad o de fraternidad realizada, pero traigamos el tema al ahora. Así retrocediendo algo llegamos a la no tan lejana Revolución Francesa. En la lectura que de ella se ha hecho en la posteridad, esta revolución se suele resumir en el célebre lema: «libertad, igualdad, fraternidad». Estos tres principios han tenido destinos diferentes: si bien la libertad y la igualdad se han convertido en verdaderas categorías políticas, cacareadas y celebradas desde entonces por muchos movimientos políticos, no sucede lo mismo en el caso de la fraternidad. Un concepto que parece casi olvidado y en muchos casos desprestigiado.

Si estáis de acuerdo, también concordaréis conmigo que este hecho conlleva delicadas consecuencias, ya que los tres principios están en equilibrio entre sí, y la ausencia de uno de los tres influye mucho en la realización de los demás. En muchos casos, en la actual etapa histórica, la fraternidad ha sido reemplazada a menudo por la fuerza bruta, que es todo lo contrario de la fraternidad. Esta fuerza violenta y irascible cuando cree de interactuar con cierta libertad e igualdad provoca efectos muy diversos de lo que lo haría la fraternidad. Ya hemos comprobado y seguimos constatándolo que, si la libertad se convierte en aplicar la ley del más fuerte o del más astuto, los que no son fuertes ni siquiera son libres. La igualdad, por su parte, a menudo se reconoce, y, ejemplos no faltan hoy, sólo a aquellos que son lo suficientemente fuertes para hacer valer sus derechos, o para poder llevar sus ideologías al mercado, o imponer su voluntad en el contexto político o social que sea.  Desde este punto de vista, los que no son fuertes tampoco son iguales.

Reflexionemos y preguntémonos si lo que se está propagando desde ciertos ámbitos políticos no es precisamente la fraternidad negada. Esa que divide, oprime y destruye.

En la imagen: Jacopo Palma Junior • Pintura, 1603, 117×169 cm

por @mbellido

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