Hay un cuadro de la colección permanente del Museo Thyssen-Bornemisza, que siempre que viajo a Madrid y estoy cerca del Paseo del Prado, me acerco a contemplar. Se trata del “Retrato de un campesino”, un oleo sobre lienzo, pintado entre 1905 y 1906, por el considerado “padre del arte moderno”.
Paul Cézane pintó en esa tela a su jardinero Vallier. Me llama la atención que los colores del traje del jardinero se confunden con los colores del fondo de las plantas y árboles a sus espaldas. Muchos de los que han estudiado la obra de Cézane dicen que este modo de pintar de los últimos años de su vida, haciendo inseparables forma y color, se debía a su profundo propósito de representar la estructura interior de las cosas. Esta obra de arte, como muchas otras, en sus múltiples expresiones, además de conmoverme por su belleza, ha hecho nacer un pensamiento dentro de mí, volviéndome a recordar que detrás de cada fachada y apariencia es posible, cuando se quiere y puede, encontrar un interior. El arte nos recuerda a menudo, que vivir no es una mera carrera detrás de modelos u objetivos materiales; nos recuerda que los seres humanos no son cascaras vacías. El arte, por su capacidad de transmitir algo eterno, algo de lo que no muere, nos anima a transitar por otra búsqueda; a explorar y a seguir la pista, que nos lleva a experimentar por nosotros mismos el interior de las cosas. El cuadro de Cézane, como otros muchos cuadros de grandes artistas, nos empujan a explorar otra dimensión, nos abre las páginas de un libro sabio y no convencional donde se descubren verdades que conforman la existencia.
El arte nos invita a aventurarnos en esa búsqueda genuina que late en todos los interiores, sobre todo en las personas que encontramos a diario y con los que a menudo la relación podría ser superficial o de interés.
Nos parezca o no, la gente que encontramos a diario, tienen esa singularidad y esa esencia única que puede enriquecernos, aunque a veces la imagen, los actos o las palabras no coincidan con ese valor genuino que llevan dentro.
En un doble movimiento el arte nos da la posibilidad de habitar nuestra interioridad tomando conciencia y descubrir esa cualidad esencial de los otros. Cézane nos regaló la naturaleza que vivía dentro de Vallier.

por @mbellido

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