Esta crisis económica ha condicionado la vida de los ciudadanos de todos los estatus no solo a nivel del bolsillo, sino también a nivel de argumentos en las  conversaciones en familia, en el trabajo o en el bar. La gente maneja el día a día de la bolsa, los mercados, la primas de riesgo, el déficit, la banca y el Ibex, como si fueran ejecutivos de Moody’s, Standard & Poor’s o  Fitch. Sin embargo, en la práctica,  se transita en un túnel que a veces se antoja sin salida. La sensación que todos tienen es que de alguna manera se ha ido agotando la capacidad generadora e innovadora del mundo financiero. Un sistema que consintió en su momento la industrialización de  Occidente, sobre todo de Estados Unidos y Europa, alzando y manteniendo un cierto nivel de vida,  que hoy por la ambición desmedida de algunos y por causas legitimas de crecimiento de naciones como China, Brasil e India,  ha ido perdiendo fuelle, y poniéndose en riesgo en los últimos veinte años.

Debajo de todo este ruido,  como un rumor de un rio subterráneo, se escucha  el susurro de una crisis con raíces más profundas de naturaleza espiritual, social, cultural y motivacional. Es una crisis de la que se habla menos. Una crisis que no podrá resolver ni el Fondo Monetario Internacional, ni el Banco Central Europeo, ni la Reserva Federal de EE.UU. Se trata de superar una falta de entusiasmo y de abrir nuevos horizontes vitales que ofrezcan ideales. Se trata de recuperar un nuevo humanismo, que supere ese  nihilismo consumista que sostiene que la vida carece de significado intrínseco, de valores y objetivos, que ponga al centro a la persona.

Ciertamente una parte de nuestras deudas se deben a derroches, gastos superfluos, vicios que derivan del vivir por encima de las propias posibilidades y maneras insensatas de gobernar.  En definitiva a la pérdida de valores.

Crisis como estas, que son de larga duración, son las más adaptas para recuperar individual y colectivamente ciertas actitudes que no teníamos o que hemos perdido por el camino.

Entre las distintas etimologías aplicables a la palabra crisis parece que una de ellas, procedente del sánscrito, lo identifica como transformación, lo que viene a significar algo así como cambios en la naturaleza de las cosas. En este caso se trataría de cambiar esa esquizofrenia del mundo actual por una actitud contagiosa que trabaje por la plena realización del hombre y de lo humano a todos los niveles.

Recientemente, leía a un texto de Maritain que tenía toda la pinta de ser una de las respuestas validas al mundo actual:  «El hombre del humanismo cristiano sabe que la vida política aspira a un bien común superior a una mera colección de bienes individuales… que la obra común debe tender, sobre todo, a mejorar la vida humana misma, a hacer posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los frutos de la cultura y del espíritu… aprecia la libertad como algo que hay que ser merecedor; comprende la igualdad esencial que hay entre él y los otros hombres y la manifiesta en el respeto y en la fraternidad; y ve en la justicia la fuerza de conservación de la comunidad política y el requisito previo que llevando a los no iguales a la igualdad, «hace posible que nazca la fraternidad cívica…»

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com