Cuando alguien me pregunta después de haberme arreglado una avería o prestado algún servicio de envergadura o realizado simplemente una chapuza, si quiero factura o no, me echo a temblar. Esa frase tan sonora  «¿Con o sin factura?» siempre me desconcierta y me confunde.  Es la primera reacción, después miro a los ojos a mi interlocutor y por su forma de mirar comprendo  cuanto es humano querer evadir impuestos. “La cosa está mú mala”, me dijo el otro día un fontanero que había venido a arreglarme la cisterna del cuarto de baño. Esa frase me llegó directamente al corazón y casi sin ningún esfuerzo en ese instante yo rebajaba en mi juicio, su presunto pecado, de “mortal” a “venial”.  Sin embargo la cabeza, que todavía me funciona, pensó inmediatamente que aquello no se trataba solamente de un problema de conciencia. El problema es más complejo. La ley es la Ley, y no exime en condiciones normales  a ninguno de cumplirla. Defraudar es defraudar. No pagar impuestos es limitar al Estado en los recursos que debe destinar para cubrir aspectos prioritarios de nuestra sociedad, dinero que tendría que utilizase en gastos de interés general.  En España,  el año pasado, se estima, que se defraudaron más de 18.000 millones de euros de IVA.  Una merma importante en las arcas del Estado, que habrían evitado muchos de los recortes que se están aplicando hoy. Por otra parte, también es un problema de imagen de España en el exterior, de generar o no generar confianza ante los ojos del mundo. Nuestro país en la actualidad se sitúa en el puesto 31 de los países más corruptos, de los 183 países que entran en el Informe de Trasparencia Internacional.   Saltarse a la torera los impuestos es defraudar, se trate o no de compensar “una situación muy mala” como la del fontanero que me arregló la cisterna.

Pagar los impuestos se sitúa entre los deberes que tenemos con el  bien común. Forma parte de nuestros deberes como ciudadanos  el soportar una parte del gasto público y, de alguna manera, también podríamos considerar ese acto como un medio de concurrir a la solidaridad, ya que en realidad, el objetivo de lo recaudado es promover servicios para todos. Dicho esto y una vez que nos hemos posicionado sobre el deber de pagarlos, tenemos que vigilar y exigir  al Estado que sean proporcionados a las capacidades de cada contribuyente y que sean  repartidos posteriormente con justicia, transparencia y equitativamente. Hay que dar al Cesar lo que es del Cesar cuando el Cesar no despilfarra y destina los impuestos a fines lícitos y coherentes; pero esa es otra historia. Ah se me olvidaba, pedí factura al fontanero.

por @mbellido

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