25 años ha cumplido en estos meses el Hotel El Convento, una seductora morada en el corazón del conjunto Histórico-Artístico de Arcos, que fue parte, en su tiempo, de un convento de las monjas Mercedarias. Este último fin de semana, como muchos otros en los últimos años, me acercaba a disfrutar de su encanto, de su silencio y de la belleza que se contempla desde sus habitaciones y terrazas: unas magnificas vistas sobre la Peña y la vega del río Guadalete. Me habían comentado que habría tenido lugar un acto el día 1 del mes, para celebrar la reapertura del hotel después de la estación invernal y por eso adelanté mi llegada dispuesto a participar en la fiesta junto a un numeroso grupo de personas y autoridades de la zona. Lo que no podía imaginar es que dicha inauguración tenia como acto central la rotulación de un precioso azulejo junto a la habitación nº 1 a nombre de «D. Manuel Bellido Bello, Escritor-Periodista». José Antonio Roldán Caro y María Moreno propietarios del Hotel, regaron de cariño las palabras con las que introdujeron el acto y mi inmerecido homenaje. Dos personas entrañables que han dedicado su vida a la hostelería con esmero y pasión y que han sido siempre y son los mejores embajadores de Arcos de la Frontera en todo el mundo. También Jesús Fco. B. Lozano Pozo, párroco de la Iglesia de San Pedro, que bendijo el establecimiento en su reapertura y José Luis Núñez Ordóñez, alcalde de Arcos de la Frontera supieron bordar con sus intervenciones la brillantez de la fiesta.

Quise agradecer e improvisé una palabras donde hablé de lo que Arcos ha significado para mi en las distintas etapas de mi vida. El primer recuerdo es el de mi infancia, cuando mis abuelos me llevaban los veranos a pasar unos días con ellos a Arcos y en mi memoria veo a un niño comiendo una tostá con ese aceite verde, de color intenso que churreteaba mis manos y mi camiseta en un molino en el barrio bajo. A menudo me escapaba del molino y me echaba a correr por las calles adyacentes hasta llegar al Colegio de los Salesianos, allí me encontraban mis abuelos debajo de la estatua de María Auxiliadora.
El Arcos de mi adolescencia fue todo aquello que aprendí en el Instituto sobre su historia; una historia plagada de intentos de dominación, primero por los romanos en el siglo I, más tarde siendo reino de taifas musulmán, para luego ser reconquistado por los cristianos y vivir una etapa de exclusivo esplendor, aumentando su tamaño y sus construcciones e iglesias, aunque atormentado por las luchas de ciertas familias andaluzas que en el siglo XV también pretendieron dominarla.
El Arcos que disfruté en mi juventud fue a través de las visitas que de vez en cuando realizaba cuando volvía de la Toscana a visitar a mis padres en Jerez. Era una especie de rito, siempre dedicaba un día para subir a la Peña. Dejaba el coche en la parte baja y subía la cuesta de Belén andando, para no sufrir el calvario de tan difícil conducción en tan sublime laberinto blanco. De la plaza del Cabildo conservo infinidad de fotografías y sobre todo de esa piedra hecha bordado que es la basílica Menor de Santa Maria de la Asunción.
En los últimos años Arcos ha sido, sobre todo, mis estancias en el Hotel El Convento, lugar acogedor y familiar, que me ha ofrecido siempre, en ese enclave tranquilo, entre iglesias y casas señoriales, sosiego para escribir, meditar y gozar desde sus terrazas de esas magníficas vistas sobre la Peña y el río Guadalete. Allí han nacido muchos de mis artículos y escritos.
No podía responder otra cosa que gracias y gracias. José Antonio Roldan y María Moreno han puesto un azulejo en El Convento para regalarme su cariño y el de tantos amigos de Arcos. Yo también he puesto un azulejo en mi corazón con toda mi gratitud y afecto hacia ellos.

por @mbellido

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