Esta mañana entré, después de dar un paseo por los jardines del Guadalquivir, en el Centro Andaluz de arte Contemporáneo, en el Monasterio de la Cartuja, en Sevilla. Acudo a menudo a este centro, donde de vez en cuando encuentro algo interesante. A decir verdad, la mayor parte de las veces salgo decepcionado porque encuentro de todo menos belleza. Dejarse llevar en la visita a un museo por un itinerario psicológico de colores y formas es una aventura que te depara reflexiones. Cuando menos te lo esperas descubres una dimensión esencial y trascendente. Eso me ha pasado visitando una de las exposiciones: “A las ciudades se las conoce, como a las personas, en el andar” Dos de los tres film que he visto han retenido mi atención, uno sobre la Expo Hispano Americana del 29 y otro sobre la Expo 92, ambas muestran los actos de sus respectivas inauguraciones. Los dos reportajes me han regalado las rugosidades, grandezas, límites, aromas y colores de una ciudad inagotable y siempre inconclusa como es Sevilla. Las imágenes que desfilaban ante mis ojos no solamente reflejaban el acontecimiento de las dos inauguraciones, conectaban en mi cerebro el retrato de la época en que se desarrollaron, las costumbres, la actuación de políticos sagaces y de pillos a comisión, los signos de nuestra peculiar cultura, los avances que han supuesto para esta ciudad esos dos acontecimientos. En otra sala proyectaban películas de hace algunas decenas de años sobre la ciudad de Sevilla, con las discusiones políticas y populares sobre la rehabilitación de algunos de sus barrios. Las imágenes en blanco y negro de la gente y las costumbres de la época contrastaban con las imágenes vistosas de las dos Expo.
Lo que más me llamaba la atención era el andar de las gentes. Un andar sosegado. Un modo diferente de caminar, distinto al de otras ciudades, como Madrid, Londres o Nueva York. Los extranjeros cuando llegan a esta ciudad, se sorprenden y dicen que no obstante la superficie y el gran número de habitantes la ciudad no muestra el frenesí de las grandes capitales sino más bien el paso calmoso típico de los pueblos. El andar de los sevillanos es la huella invisible y prolongada de la gente del sur. La huella del “genio andaluz”. Parece que no hay prisas, que sobra tiempo, que se puede llagar más tarde, reflejo de ese caminar despacioso del “andar por casa”. Sevilla es una ciudad que transita pausadamente, pero de vez en cuando coge carrerilla y produce algo grandioso como esos dos eventos de los que antes hablaba. Cuando esta mañana comentaba a la persona que me acompañaba estas impresiones me acordé del dicho “vísteme despacio que tengo prisa” Muchos sevillanos practican esa filosofía. Esperemos que no pasen muchos años para qué ocasionemos otro acontecimiento como las dos Expo y den, como en aquellas ocasiones, otro gran empujón a nuestro desarrollo y progreso.

por @mbellido

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