Dice el diccionario que un trapero es una persona que se dedica a recoger o comprar trapos, ropas y otros objetos usados. En la práctica, esto quiere decir, que da dinero a cambio de aquellas cosas que ya no sirven y que sin duda están hasta en mal estado. Yo conocí uno cuando era niño. Venía a casa con su carro y mi madre le daba siempre cosas que ya no usábamos a cambio de unas pocas pesetas. Lo oíamos llegar porque tocaba una pequeña flauta de pan tipo las que usaban lo afiladores para hacerse notar.
A veces por el camino de la vida y, en el día a día, se acercan a nosotros otros tipos de traperos, no de cosas materiales. Nos escuchan. Casi sin darnos cuentas sacamos de nuestro interior malestares, problemas, inquietudes, dolores, tristezas, que depositamos desordenadamente en sus alforjas. Le damos aquello que nos molestaba, que nos sobraba, que nos hacia sufrir y ellos lo recogen con profundidad permitiéndonos liberarnos de esos pesos que llevábamos a mala pena. Y todo no queda ahí. Después que hemos «vomitado» aquello que no digeríamos nos pagan con la profunda escucha, con una sonrisa, con un consejo, con un consuelo.
Hay muchos traperos que circulan por nuestras ciudades, ángeles que dejaron sus alas colgadas en el cielo para darse una vuelta por el mundo. Se les reconoce por la paz de sus miradas y por su limpia sonrisa. No llevan la flauta de pan, pero casi siempre sus palabras son como la música.

por @mbellido

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