El traqueteo de la vida actual nos hace correr de un lado para otro y cumplir con nuestras obligaciones laborales y sociales sin apenas darnos tregua para dedicar un rato a nosotros mismos. El esfuerzo para sacar ese tiempo es a veces una proeza que solo se consigue con perseverancia tenaz. Conseguir leer, escribir, estudiar y discurrir, por el pensamiento propio reflexionando y por el ajeno dialogando, resultan a veces metas casi inalcanzables en el día a día. Sin embargo son de los menesteres del ser humano más relevantes para crecer, sin olvidar el placer que dichas actividades provocan. No hay nada como recorrer la geografía de las buenas novelas, la cristalina claridad de la poesía, la originalidad de ideas de los ensayos o esos lugares convergentes y retazos de existencia fascinantes que son los diálogos. Hoy he vivido un momento de diálogo, de esos que yo denominaría perfectos, donde se es capaz de intercambiar con la naturalidad más campechana, escuchas, silencios, sorpresas, palabras nuevas, ondas de libertad y perspectivas novedosas. Vibraba el aire, la frescura andaba suelta y la sangre corría con alegría y sin prejuicios ni preocupaciones. Me gustan las buenas conversaciones y a menudo me siento como un buscador de perlas antiguas. Es la manera ideal para que nuestro cerebro se mantenga vivo y vigoroso, de enriquecer nuestro vocabulario con palabras limpias, de ennoblecer nuestro pensamiento con inclinaciones saludables, de engrandecer nuestros sueños y facilitarles nuevas vestimentas. Afortunadamente mi padre me enseñó a pronunciar el sublime término gracias y, con los años, he intuido el valor de agradecer a tiempo. Gratitud por tanto a quien hoy sin pedir nada a cambio me regaló esa ráfaga de bienestar.

por @mbellido

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