Es muy difícil resistirse pasando delante de una librería y no entrar. Algunas librerías son espacios sin tiempo, caleidoscopios de lugares recónditos de la Tierra, archivos de la historia universal que nos revelan el donde, el cómo y el cuándo, e incluso a veces el porqué. Abrir un libro es penetrar en historias que contienen infinidad de pistas de otras historias. Las librerías no solo nos ofrecen extractos de historias narradas, son también museos, sus cuadros son las portadas de esos libros que actúan como chispas que impactan en nuestra imaginación y echan a volar nuestra fantasía para recorrer infinitos espacios imaginarios.
Hoy he vuelto caer en la tentación y he vuelto a comprar un nuevo libro. Mi fortuna ha sido la de encontrar no a un dependiente sino a un librero, que ha sabido buscar y ofrecerme lo que yo estaba buscando. He leído recientemente una reflexión que alguien hacía sobre el librero: el escritor es el arco, el libro es la flecha, el cliente la manzana, el librero es aquel que tienen sobre su cabeza la manzana El buen librero es un intelectual (pariente no tan lejano del bibliotecario), porque posee criterios, conoce íntimamente los libros que vende, conoce de ellos su valor y su función, muestran el camino a potenciales lectores que conducen a paisajes insospechados. .
Más recorro estos senderos de la literatura y de la mitología, de las enciclopedias y de los diccionarios, de la historia y de la ciencia mas se abre ante mis ojos el rumbo que la humanidad, desde que se inventó la escritura, ha recorrido durante décadas y siglos. Todo libro recoge de una manera u otra, puntos clave de inflexión de la Historia y de nuestra historia.
Sé que los libros son también manos sabias que nos conducen en un itinerario insólito desde un “nosotros” hacia un “otros”. Desde mi yo a otro yo, en un movimiento circular que regresara antes o después a nuestro interior y nos hará reflexionar y crecer.