Julia acaba de cumplir 43 años. Hace dos años tuvo que dejar el trabajo por la reducción de plantilla que hicieron en la empresa donde trabajaba. Era consciente cuando la despidieron que buscar trabajo a esa edad no era tarea fácil, incluso algunos familiares y amigos daban por hecho que sería misión imposible que la volvieran a contratar a sus cuarenta pasados. Los viejos y negativos clichés de que las empresas prefieren contratar a gente más joven se hicieron presentes en las conversaciones que mantenía con conocidos para aumentar su pesimismo. Un día que vino a verme, vi a Julia tan deprimida que intenté entablar una conversación distinta y constructiva que pudiera ayudarla a centrarse en su objetivo de volver a la vida laboral. Empecé preguntándole qué la diferenciaba con respecto a una mujer de 20 o 30 años. Razonamos y llegamos a la conclusión de que la primera diferencia a su favor era la mayor experiencia adquirida a lo largo de su carrera profesional y la segunda, la madurez y la capacidad para gestionar mejor las relaciones humanas y los posibles conflictos en los equipos; entre otras cosas porque Julia era madre de tres hijos y a la hora de armonizar relaciones entre caracteres diversos, la maternidad resulta como haber hecho un master de excelencia en Recursos Humanos. También coincidimos en que la madurez aporta la capacidad de valorar nuestros propios errores para no repetirlos y la ventaja de saber afrontar con más luz y claridad los propios objetivos. Además, el cumplir años nos ofrece la posibilidad de comprender y aceptar con más humildad lo que sabemos y lo que no sabemos hacer, lo que somos capaces de aprender y los límites que tenemos a la hora de afrontar un nuevo reto. Son actitudes, todas ellas, de las que quizás no somos conscientes cuando damos los primeros pasos en el mundo laboral. Julia no tardó en asumir todos estos valores y con una nueva actitud comenzó de nuevo a enviar su CV y a afrontar entrevistas.

El cambio de actitud provino de dos decisiones: deshacerse de la negatividad y buscar dentro de ella las cosas positivas que podía ofrecer. La actitud tiene que ver con la forma en la que se decide afrontar un problema o una situación y Julia había decidido afrontar de otra manera su búsqueda de trabajo. Lo bueno de esta experiencia es también que Julia lleva ya un mes trabajando en una empresa agroalimentaria ocupándose de la organización del trabajo diario de los trabajadores. Sin embargo, no es lo único bueno; lo mejor de esta historia es que se ha vuelto a demostrar que las personas, cuando se lo proponen, pueden cambiar de actitud. Se ha demostrado que no es imposible deshacerse de ese pesimismo que nos fabricamos nosotros o que nos infunden otras personas, que podemos alejar esos conflictos que se originan y que tanto perjudican relaciones, trayectoria vital y profesional, afectando negativamente a nuestra conducta y a nuestro comportamiento.

Me lo decía por activa y por pasiva Alfredo, el mejor tutor que tuve en mis años jóvenes: “cambia tu actitud y cambiarás todo a tu alrededor, cambiará tu vida”.

Manuel Bellido
Director del Grupo Informaria
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