A veces la vida pierde color de repente y el día que menos lo esperamos, nos ofrece una escena en blanco y negro. El frío nos hiela las manos y nos quedamos mudos, incapaces de pronunciar una sola palabra. Con un hilillo de voz, que nos sale de lo más hondo del alma, pronunciamos algo que solo Dios entiende. Nos damos cuenta de que todo lo que tenemos se nos puede escapar de las manos en unos pocos segundos y entonces nos asalta el deseo de huir, eclipsarnos, desertar. Después, unas lágrimas, un suspiro y la impotencia de cambiar el destino nos deja sin fuerzas, nos inmoviliza como niños sentados delante del televisor.

Anoche me sentí así. Anoche murió una amiga mía. Alguien con un corazón muy grande que supo dar lo mejor de sí a todo el que la conoció. La muerte que viaja de noche, como un tren de alta velocidad sobre los raíles de la vida, se la llevó sin avisar. Y yo me quedé un poco más solo.

Ahora, de pie, con la mirada perdida en el vacío, en el andén de esta estación terrenal, tocando un extraño violín con cuerdas de seda que a veces desafina, me imagino la vida como un concierto, donde todos somos músicos y espectadores al mismo tiempo, cada uno con su partitura garabateada de blancas, negras, corcheas y semifusas, cada uno con su instrumento, a veces distraídos, a veces cínicos e incapaces de armonizar unas pocas notas con el resto de la orquesta, incapaces de ondular juntos, como lo hace un campo de trigo cuando lo acaricia suavemente una racha de viento.

Ella se ha ido, como otros se fueron. Y yo, aquí, escribiendo esta carta, mientras medio mundo duerme, nace, muere, espera, sueña o hace el amor, plantado como un árbol en el campo de los recuerdos, un poco más solo pero aún lleno de vida y de esperanza, viendo pasar trenes por esta estación de la existencia, esperando el mío, sin saber hasta cuándo. Sí, seguiré tocando una y otra vez mi melodía, con el corazón desnudo, aunque muchos se hagan los sordos y otros me prefieran mudo. Qué más da, lo importante es vivir, es amar. La vida es como la marea que a veces te empuja mar adentro y a veces te deja exhausto en la arena. Nos desgasta y nos va convirtiendo en ángeles con arrugas, cada vez más cansados y a la vez más libres, con la urgencia de respirar todavía un amor de fruta escarchada, de lápices de colores, de pequeñas sensaciones, de perfumes y secretos en los labios. Desde mi ventana veo una luna sutil que está cortando la noche. Venga, entra en casa que hay que dormir. Mañana será otro día y volveré a echar un poco de azul sobre el asfalto de la calle para sentir en mi corazón el rumor de las olas. La marea me llevará hacia el horizonte, mar adentro.

por @mbellido

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