Albertina, tengo una vieja fotografía tuya entre mis manos. Tú, sentada sobre una piedra, sumerges los pies en el agua de un río que corre alborozado por su cauce. Al fondo una cascada en caída vertical, mostrando su poderío y descubriendo la belleza y la fuerza de la naturaleza. Es un día de sol y la luz inunda ese escenario magnífico que intenta (en vano) competir con tu sonrisa. Esa sonrisa que sigue siendo claridad y guía para aquellos que te conocieron y para muchos otros que, por un motivo u otro, se acercan hoy a tu historia.

Nos cuentan que como maestra trabajaste siempre y mucho, numerosas niñas y niños pasaron por tu aula, y por la salita de tu casa, donde a muchos ayudaste con clases particulares. Otros te recuerdan como fundadora y presidenta del CIF (Centro Italiano Femenino) en aquellos lejanos años difíciles que atravesó la ciudad de Carpi y donde ayudaste a muchas mujeres a hacerse con un oficio o a encontrar trabajo. Tu fuerza era algo más que sensibilidad hacia los problemas sociales. Te empujaba hacia los demás, hacia los más necesitados, una luminosa y eficaz maternidad de espíritu que producía en quien a ti se acercaba comprensión, serenidad, confianza, valor….

Alfredo, tu hijo, ha ido recogiendo en estos años testimonios de muchas personas que te conocieron en al arco de tu intensa vida y sorprende saber cuanto bien hiciste y a cuantas personas beneficiaste a lo largo de tu existencia. Nos dejaste en julio de 1972, tras largos meses de sufrimiento, pero queda la luz de tu constante sonrisa, incluso cuando el dolor en aquella cama de hospital, antes de morir, atenazaba tu cuerpo. Nos queda tu constancia y perseverancia en el trabajo, tu constante emprender, tu incansable labor para que a nadie le faltara lo necesario, tu creatividad e inventiva para hacer fácil lo difícil. Nos queda tu amor por la naturaleza y el respeto por ella que supiste siempre trasmitir a los jóvenes -hoy te habrían dado algún galardón en cuestiones medioambientales-, nos queda tu dulzura, tu mirada pura, tu afecto delicado de esposa y de madre. Nos queda la profundidad de tus ojos que sabían adivinar la preocupación y el dolor en quien sufría, porque sabías comprender y aliviar. Nos revelaste una hermosa alma de mujer que en ciertos momentos hacían pensar que los ángeles existen.

Vuelvo a mirar tu fotografía. La fuerza de la cascada, el río que corre seguro sin salirse de su cauce, la luz que todo lo inunda, son los símbolos de esa vida tuya que sigue y seguirá siendo ejemplo para muchos. La sencillez con la que quisiste vivir no ha impedido que dejaras huellas tan profundas. Tu vida nos recuerda que cada uno de nosotros puede y vale mucho, como una gota de agua, un sólo árbol o una sola piedra que han contribuido a la inmensidad del océano, a la grandeza de un bosque o a la belleza de una Catedral Gótica.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com