Dicen que sonreír es reírse levemente, sin emitir sonido. Hace tiempo escuché a un psicólogo decir que el ser humano era capaz de mostrar hasta 18 tipos diversos de sonrisas. Como una paleta de colores sobre el rostro puede dibujarse sonrisas hipócritas, seductoras, de circunstancias, de alivio, de felicidad… Naturalmente a cada tipo de sonrisa corresponde un movimiento de los músculos faciales. Imaginemos las diferencias que existen y sus correspondientes movimientos faciales entre la falsa sonrisa social, que tan de moda está en las revistas del corazón, la sonrisa de carnet, la sonrisa de satisfacción de una madre con su recién nacido…   Cuando sonreímos por deber o por circunstancia movemos solo los músculos de las mejillas, sin embargo, una sonrisa sincera  producida por el encuentro con un amigo,  mueve incluso los músculos alrededor de los ojos.   Una de las  sonrisa más famosas,  siempre lo hemos dicho, es la de la Gioconda. Una sonrisa que mezcla la seducción, la insinuación y la reserva.  Probablemente de esta mezcla nace su encanto enigmático. Hace un rato me acaba de sonreír un niño de pocos meses y aunque el día es lluvioso, me ha parecido ver el  más azul de los cielos. En un momento donde la violencia brota en nuestras calles, donde los conflictos bélicos siguen tiñendo de rojo los telediarios, la sonrisa de un niño y su inocencia pueden ser la mejor esperanza de paz para el futuro. Mirando a este niño recordaba una frase de Teresa de Calcuta: “Los niños son como las estrellas. Nunca hay demasiados”

por @mbellido

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