¿Lo que es de todos es de nadie?

Cuando viajo y  visito ciudades extranjeras o españolas me paro con la máquina fotográfica en la mano delante de los monumentos, de los edificios, visito museos, iglesia y palacios,  asisto a conciertos en teatros, trato de leer algo sobre la historia de esa ciudad, sobre los personajes que allí nacieron, vivieron o murieron y contribuyeron a popularizarla aún más. Visito sus jardines, sus tiendas, hablo con sus habitantes, viajo en los medios públicos y me fijo muy atentamente en la limpieza de sus calles. El verano pasado visitando algunas ciudades del norte de Europa constaté una vez más la ausencia de papeles, bolsas de plástico, latas de refresco, botellitas de plástico, envoltorios de chucherías, colillas o cualquier otra inmundicia sobre las aceras de las ciudades que visité. Era indiferente que la ciudad fuera grande o se tratase de un pueblecito pequeño. La limpieza en sus calles era un distintivo común a todas. Otra característica agradable y admirable era la ausencia de garabatos y grafitis sin sentido, sobre las paredes de sus casas y edificios. Para aumentar mi admiración no había imagen más edificante que ver  a los vecinos de los barrios periféricos quitar los hierbajos de las calles que circundaban sus casas, cuidar las plantas y jardincillos de los alrededores,  que evidentemente no eran de su propiedad sino del Ayuntamiento. Cultura de la limpieza, del mantenimiento, del cuidado de aquello que es de todos. Es una lástima que en nuestras ciudades los elementos del mobiliario urbano sean bonitos solo durante los primeros días de su inauguración. Después se llenan de pintadas, de suciedad, de arañones o abolladuras. Lo nuevo se hace viejo y feo en pocos días. Desgraciadamente existe una cierta cultura que hace que todo aquello que es de todo es de nadie. ¡Si todos pusiéramos algo de nuestra parte….! ¡Como lucirían nuestros pueblos y ciudades!