Ayer fallecía Luis Caballero Polo, el decano de los cantaores jondos. Ha muerto con 91 años, casi en el olvido, castigado por la superficialidad de la desmemoria. Cavilando sobre la muerte de este artista con un compañero, me preguntó qué haría si supiera que hoy tuviera que morir. Le respondí que dar gracias a la Vida. Después, volviendo a casa, reflexionaba sobre mi consideración. A medida que se avanza en la edad se regresa con la memoria al inicio, yo lo hago volviendo a mis padres, a mis hermanos, a los familiares que no conocí directamente porque murieron antes de mi nacimiento, a mi barrio, a la iglesia de San Pedro en Jerez, donde fui bautizado y donde más tarde fui monaguillo, a los paseos con mi padre por esa ciudad “muy noble y muy leal”, sede de mi infancia y adolescencia. Regreso a los rostros de mis compañeras y compañeros de la primera escuela en la calle Antona de Dios, al Colegio de los Salesianos, a mis profesores que tanto buen ejemplo me dieron y tanto se empeñaron en enseñarme, al Instituto Padre Luis Coloma, a mis estudios en Madrid, a las carreras delante de los “grises” en el campus universitario, a todos los ambientes y a todas las personas que me han acompañado hasta hoy, primero en España y más tarde en Italia y, por supuesto, a mis viajes por todo el mundo. ¡Cuánto camino recorrido! He vivido y, por tanto, sufrido y gozado. Soy consciente de cuanto me ha hecho crecer el haber sufrido pero me duele no haberlo hecho siempre con paz interior. Me siento felicísimo de haber gozado, muchos han sido los motivos de felicidad provenientes de circunstancias y del cariño de la mucha buena gente que me ha querido y que me quiere. Me gustaría que nadie se sintiera culpable de haberme hecho sufrir, seguramente lo hicieron sin querer. Yo sí me siento ruborizado por lo que pude hacer sufrir a otros. Soy feliz porque mi vocación periodística ha cuajado proyectándose en servicio a la sociedad andaluza y porque en estos últimos años se ha desarrollado casi siempre en modo privilegiado. También me hace feliz el haber podido gastar parte de mis fuerzas y de mí tiempo aportando un granito de arena en organizaciones como UNICEF, donde todo lo que se hace por los niños siempre sabe a poco. No creo tener ningún enemigo y en mi interior no siento rencor ni envidia por nadie. Si hoy tuviera que morir quisiera hacerlo tranquilo y sereno, como lo hizo mi padre. Si hoy tuviera que morir me gustaría tener el mismo espíritu que en respuesta a una pregunta de un compañero tuvo el joven jesuita Luis Gonzaga. Jugaban en el frontón y el compañero le preguntaba: “¿Qué harías si supieras que te llaman para el juicio final?» No respondió que se iría a la capilla a rezar o a confesarse, sino: «Seguiría jugando». Con los años he aprendido yo también a gustar la vida en el momento presente porque comprendo que solo tenemos el aquí y el ahora.
Los tiempos en los que vivimos, son indeciblemente difíciles e inquietos y, como decía algún sabio de la India, puedes tenerlo todo, pero si no tienes paz interior no tienes nada. Así quiero seguir viviendo, disfrutar cada instante para vivir mejor y, cuando llegue la hora, morir mejor.

por @mbellido

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