Hace unos días, mientras veíamos algunas fotografías de los años sesenta y setenta con un amigo italiano con el que compartí muchas ilusiones y proyectos en aquellos años, constatábamos entre bromas que en aquella época teníamos la edad justa para creer que todavía se podía cambiar el mundo. Por eso se luchaba. Probablemente, muchos de aquellos ideales que vivíamos nosotros y que rondaban alrededor nuestro entre otros jóvenes eran coherentes. Otros eran simplemente utopías.
Las utopías por definición, son lugares que no existen y que, sin embargo, atraen mucho. Son planes, proyectos, doctrinas o sistemas optimistas que aparecen como irrealizable desde el momento de su formulación, como dice el diccionario. Suelen nacer de la cabeza de algún intelectual con necesidades ideales.
Con mi amigo nos preguntábamos: ¿Por qué habrán terminado sin más? Y no nos referíamos sólo a la utopía comunista, hecha añicos con la caída del muro de Berlín, hablábamos en sentido general, casi repasando la Historia. Hablábamos de aquella fórmula filosófica inventada por los griegos para definir el Estado ideal, quizás la misma que fue reescrita en épocas más cercana por otros autores en obras como La ciudad del sol de Tommaso Campanella, Utopía de Tomás Moro, Nueva Atlántida de Francis Bacon y posteriormente retomada a través de novelas y tratados en la época ilustrada y romántica.
Nos preguntábamos si hoy se podría considerar una utopía conseguir la comunicación total, universal e interpersonal, aunque la verdad es que esa realidad casi se puede tocar con mano, forma parte, si bien en modo imperfecto, de nuestra existencia actual.
Visto desde una óptica práctica se vive mejor sin utopías. En el fondo es una huida hacia delante, un salirse de la realidad que muchos sostienen ser un hecho antropológico, como si para vivir o sobrevivir tuviéramos necesidad de ella. Parece que en la época contemporanea las utopías han ido naciendo para ocupar el sitio que dejaba el cristianismo. De hecho, durante la Ilustración, cuando la fe cristiana comienza a debilitarse, nuevas utopías comienzan a nacer en la sociedad. Las últimas, y lo sabemos por la historia, han provocado muchos centenares de millones de muertos, desde la Revolución Francesa hasta la fecha. La vida social de los siglos pasados se caracterizó precisamente por el nacimiento de movimientos de masas con ideologías utópicas, guiadas por partidos políticos. Hoy, en nuestro mundo occidental, la gente no se deja movilizar como antaño por utopías. Concluíamos que no son utopías lo que la sociedad actual necesita. Yo, al menos, nunca he tenido necesidad de ellas. Es más, siempre las he combatido porque en realidad siempre he pensado que nos sacan de la realidad y nos hacen la vida más difícil. Estoy convencido de que lo que nos puede en verdad motivar es lo trascendente, lo espiritual, un ideal en la vida que supere las necesidades inmediatas y cotidianas. Lo que necesitamos son valores.

por @mbellido

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