Hace poco entré en un Colegio a la hora del recreo y mientras esperaba a la subdirectora observaba a mi alrededor a los chavales y escuchaba algo de sus conversaciones. Los niños parecían adolescentes, los adolescentes parecían jóvenes y los jóvenes no parecían adultos, pero tampoco jóvenes. Me explico mejor. Tenía la sensación de que los chicos y las chicas de hoy se adelantan cada vez más a su edad. Por supuesto, nada tenían que ver con los niños, adolescentes y jóvenes de mi generación. Parece que se nace ya con prisas, todos quieren crecer rápidamente y todo ayuda en la sociedad actual para que, desde una edad temprana, muchos vayan queriendo imitar a los mayores en casi todo y quemar etapas sin profundizar en cada una de ellas. Sin embargo, en muchos adultos parece que se da el caso contrario y que sean numerosos los que, atemorizados por las responsabilidades de la vida, se niegan a madurar.
La educación familiar es fundamental para la maduración de las personas, una tarea particular que cada familia asume con mayor o menor responsabilidad cuestionándose el cómo lo hace, teniendo en cuenta características y singularidad de los hijos y del propio sistema familiar.
La otra pata en esta labor de maduración de los jóvenes la tiene la escuela. El Sistema Educativo, sumado a la vocación personal y a la entrega de los maestros y profesores, es de vital importancia en la formación de esa juventud.
Se sabe que la calidad del Sistema Educativo de una nación es un factor determinante en su crecimiento y desarrollo y, sin embargo, en demasiadas ocasiones el debate pedagógico entre los políticos se enreda en estéril palabrería, entre lo progre y lo conservador “¿Educar permitiendo o educar reprimiendo?” o se queda anclado en aspectos secundarios e insignificantes que no inciden en la calidad del sistema. El objetivo de una buena formación siempre ha sido y será educar individuos capaces de comprender, afrontar y mejorar los recursos personales y la fracción de mundo donde les ha tocado vivir. Esa ignorancia que hoy sumerge a la sociedad sobre la condición humana pasada y presente, sobre la historia, sobre nuestras raíces, sobre los valores que desde la antigüedad han hecho progresar al ser humano, hace que muchos jóvenes no sepan distinguir del todo entre la esfera de lo verdadero y de lo falso, de lo hermoso y de lo feo, de lo bueno y de lo malo. Todo se convierte en relativo. Baste repasar el discurso sobre educación sexual que se hace desde el gobierno, sobre el aborto o la salud sexual y reproductiva: todo parece limitarse a la promoción de anticonceptivos y a la píldora del día después. El aborto se aborda como un derecho reproductivo. Saber es comprender y saber hacer. Educar con eslogan, con estereotipos, modas o revisiones históricas rencorosas no ayuda a una interiorización crítica y creativa de los contenidos en el recorrido didáctico. Seguimos esperando un pacto de Estado sobre la Educación. Sigue sin llegar. Unos por otros y la casa sin barrer. Mientras tanto muchos niños seguirán perdiéndose en laberintos adultos y muchos adultos seguirán jugando a ser Peter Pan.
Manuel Bellido

por @mbellido

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