El oficio de escribir es labor de artesano, es pura faena y mera dedicación.
Es vocación de decir, sea palabra o silencio. Dolorosa tarea, por tanto, que me recuerda la idea que en la Edad Media se tenía de los pelícanos, imaginando que se abrían el pecho para alimentar con su propia sangre a sus polluelos. Escribir es parir. Dar a luz en cada texto, en cada verso, en cada palabra, una criatura siempre nueva. Es encontrar y encontrarse y una vez hallado reinventarse. También es perderse.
Mis estanterías y cajones están llenas de viejos cuadernos, de hojas sueltas y de cuartillas amarillentas por el tiempo, manchadas con frases en letra manuscrita y a veces ilegible. Otros folios están escritos con máquina de escribir, esa Olivetti Lettera 32 que teníamos en mi casa paterna y que produjo mis primeros poemas en letra de molde o en esa Olivetti línea 90 de mis primeros años en Italia. A máquina o a mano ese material constituye la pura memoria de incalculables momentos de vida. Son lugares de indudable raigambre y tiempos que nunca volverán. Volverlos a leer o reescribir con la explicación de sus contextos, es el desalojo minucioso de una casa habitada desde la infancia. En estos días encontré una carpeta atiborrada de poemas escritos en todos los formatos y sobre infinidad de formatos. Versos escritos sobre servilletas de bar, posavasos, hojas cuadriculadas, papel de envoltorio o folletos turísticos. Mi asombro al descubrir tan valioso hallazgo me conmueve. Estos fragmentos de emociones y territorios retratan la muerte, el amor, los entresijos del corazón humano, el dolor, la belleza. Por debajo y por detrás de estas palabras hay siempre un recorrido, un camino, un hilo conductor que da sentido a cada paso, a cada relación, a cada circunstancia. Encuentro que estos poemas a veces fueron escritos con pudor y otras con desfachatez desnuda, pero siempre son una confesión. Lo que hoy más me llama la atención es la constante pelea con esos dioses heredados y confeccionados por todas las culturas hasta sentenciar la muerte de todos ellos y sentarme junto al camino a dialogar con ese que un día veré cara a cara. Ese Dios que nos habla en los silencios y al que yo le entregaba en estos poemas mi sinceridad, mis dudas y mis rechazos para recibir de El, una y mil veces, la callada respuesta de la libertad.

por @mbellido

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