Empleo mucho de mi tiempo atesorando antiguos y clásicos pensamientos, inclinaciones ajenas en forma de ideas encuadernadas, que me asaltan diariamente desde los estantes de mi biblioteca. Esos tesoros, como perlas de la inteligencia humana y de la sabiduría, me producen un goce tan intenso que los compararía al roce de unos labios en la oscuridad íntima de la noche. A veces me demoro en afrontar mis tareas por el rapto repentino de algún salteador imaginativo que me retiene en su elucubración como si de una maraña se tratase. Hay veces que ciertas ideas me incendian como si de un infierno férvido se tratara. No sé explicar si lo que leo me hiere o me sana, solo sé que sus efectos medicinales o mágicos me despiertan. Como si de un reloj de arena eterno se tratara, esos granitos instruidos y doctos van acumulándose ordenadamente en mi entendimiento y en mi alma para producir al fin y al cabo conocimiento. Años atrás sufría la dolencia propia de nuestra era, la angustia de no poder acoger, recepcionar y consumir el bombardeo constante de la información que hasta nosotros llega o la que deposita el dios electrónico en cada rincón de nuestra existencia tecnológica.
La fortuna quiso hace años regalarme un sueño, concediéndome una mirada materna de aquella que guió a Perseo, enseñó a Heracles y socorrió a Hércules, me proveyó de la poderosa arma capaz de decapitar a Medusa, despellejar al león de Nemea y matar a la hidra de Lerma. Monstruos todos ellos escondidos en esa “caja tonta” que destella a modo de trofeo en casi todos los hogares del mundo. La hija favorita de Zeus, diosa de la sabiduría, intentó enseñarme a distinguir entre conocimiento e información.
Me cuesta confesar, pero he de hacerlo en honor a la verdad, que alguna vez se cuela en mi pantalla de ordenador algún pájaro de Estínfalo que intenta envenenarme con sus excrementos mefíticos y malolientes. Son las manipulaciones retorcidas de la actualidad que el poder, económico o político, pretende colarnos con el único objetivo de controlar nuestro pensamiento y nuestra libertad.
De esa búsqueda de erudición y conocimiento solo me distraen dos cosas, la naturaleza y el corazón.
Me absorbe la contemplación de esa naturaleza que es canto a la Belleza y que es independiente de la voluntad del hombre, que tiene su convivencia propia y con los seres humanos al mismo tiempo, capaz en sí misma de ser conceptualizada, mirada y admirada y ante la que tuvo que rendirse también la nacida de la espuma del mar, amante de Marte y esposa de Vulcano.
Del corazón me seduce esa sola rosa en copa de porcelana fina, cuyos pétalos antiguos nunca se deshicieron.
Para los tres quehaceres hay siempre una plenitud, un éxtasis y una esperanza.

por @mbellido

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