Una fecha puede ser un símbolo para una nación, la insignia perceptible de un hecho acontecido. También un día de nuestras vidas. A veces se asoman al calendario de nuestro recuerdo y contienen una vivencia en forma de dolor o de fiesta. A veces se esconden en una sensación o una imagen. Algunos días vividos, por crueles o profundos que hayan sido, los indultamos para que se salven del olvido y por eso se nos aparecen a menudo en nuestros sueños o los nombramos en confidencias reveladoras de íntimos momentos. Se borran los contornos con el tiempo pero no la magia de aquello que nos sorprendió inesperado. Son momentos inmortales que se cuelan en ese equipaje que nos llevaremos al viaje sin regreso. A veces una fecha es un te quiero, una mirada o un beso. A veces es la muerte, el desgarro o el desapego. A veces es una idea, una palabra o un sueño. A veces son las hojas de un almanaque: 14 de julio, 5 de mayo, finales de diciembre….
Cada día es un monumento a la vida o una red de fútiles miserias. Depende de como lo afrontemos. Alguien puso en mis venas la verdad de un proverbio y allí circula para bombear cada instante la sangre de mi corazón: “It’s better to have one day of the lion than 100 days of the sheep. Los días pasan o no llegan, pero nunca son mejores que mi sueños. Sobre ellos arrojan los dioses esa inexorable luz del deseo que me hace entender que la fantasía en más cierta que la hipocresía de la realidad. Mi conciencia es una espía, un juez o una mala compañía de cada uno de mis días. A veces me hace sentir que un abrazo es refugio de un invierno y otras la semilla concentrada de una hermosa eternidad. Me hace comprender que el sentido de un ser no es el miedo de amar, ni la estática fotografía de una barca anclada al puerto. Me hace vivir creyendo que la esperanza no es la absurda distancia que nos separa de aquello que nunca llegará.
La conciencia cada día me hace agotar sin rumbo los confines de las horas, en busca de la vida y nunca en ellos doy los mismos pasos para que no se apodere de mi existir ni la ceniza, ni el azar, ni la nada. Cada fecha, cada día es el símbolo de la invulnerable eternidad que se abisma. Un canto del corazón y un encanto ante el amor. Ese amor que es norte, sur, este y oeste. Que es agua, aire, tierra y fuego. Un portón que abre en cada amanecer como si iniciase el mundo.
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