¿Será verdad que todos los mensajes llegan a su destino? Conquistar el territorio del destinatario no es siempre fácil. El contacto en la contemporaneidad entre emisor y receptor se descolora con la atmósfera superficial en la que vivimos. Los espejismos creados por las palabras y sus significados, favorecen malos entendidos entremezclándose y enmarañándose voces, pensamientos, dudas y propuestas. Se confunden miras, sustancias y estilo. Las apariencias guardadas también alteran las identidades y de consecuencias los mensajes. Se teatralizan las situaciones y se banaliza la sustancia. Duro es el hormigón de los muros que se crean por los egoísmos. Ni siquiera el respeto o la delicada expresión de quien es cortés evita que se pierda el equilibrio del cariño. El soplo levemente desproporcionado de una palabra rompe a veces la armonía del diálogo.
A veces para subsanarlo encaramos la situación con humor o sarcasmo, pero también de ese modo arriesgamos que el resultado pueda ser aún más desastroso. Una palabra no sabe que sin alma no es palabra. Un verbo sin amor no se encarna. Una palabra para acontentar, justificar o agradar es solo un cuenco donde vive el vacío. Las palabras o contienen la verdad o contienen el infierno. Ya se sabe que “Siempre hay tiempo para soltar las palabras, pero no para retirarlas.» Tampoco sirve hablar demasiado con el intento de hacerse entender mejor porque cuando alguien habla demasiado, sus palabras suenan sin oírse. Los mensajes, como los hechos, se asientan en el fondo. El que lo recibe lo completa con su emoción, su incomprensión, o su felicidad. Percibirá su perfume, que será de amor, de esperanza, de dolor o de ira, pero en nuestro interior lo que queremos decir tendrá que estar claramente esbozado para preservar su diáfana sustancia cuando alcance al receptor. “Rem tene, verba sequentur.” Hoy, en mi devoradora búsqueda de herramientas para comunicar, descubrí una frase de Emile Coué: «Aprendamos a decir las cosas con presteza, claramente, de forma sencilla y con una determinación serena: hablemos poco, pero con claridad; no digamos más que lo que es estrictamente necesario.» Nadie nos ha entrenado para comunicarnos. Nadie nos enseñó que comunicar es buscar algo en común, por eso nuestros mensajes no llegan a veces. Comunicar sirve para estar más cerca de los otros, para que nuestros mensajes lleguen como un regalo al alma del receptor. En un acto de amor.