En la Roma barroca había nacido la pasión por los temas mitológicos. Incluso altos Prelados  profundizaron en los mitos de la antigua Grecia buscando huellas de las enseñanzas cristianas. En la obra atribuida a Caravaggio, dedicada a Narciso, nos resulta difícil clarificar del todo el drama en el que se consumió el famoso  personaje. El interés de Caravaggio, como el de su mecenas, que probablemente fue el cardenal del Monte, se dirige hacia el estudio psicológico del sujeto, más que a la historia en sí.  La historia, de por sí se conocía ya: Narciso estaba tan lleno de sí que no podía amar  a otro distinto de sí mismo.

Cuando se vio a sí mismo reflejado en un estanque estuvo tres día contemplándose, llegando a abrazar dicha imagen tan dramáticamente que terminó ahogándose y muriendo en el lago.   El espejo, en el arte, como en la vida misma,  es siempre un símbolo de  examen o valoración, una mirada  a sí mismos por la que se llega a plantear un  juicio. En este caso, la proyección en el agua compara lo virtual y lo real. Caravaggio , que no podía imaginar las posibilidades que ofrece hoy Internet ya advertía en sus tiempos del peligro que conlleva la ilusión de los virtual.   Lo que vemos reflejado en el estanque es una pálida imagen de la verdadera belleza de Narciso. Esto pone de relieve en modo plástico la obviedad que la  verdad es siempre más hermosa que cualquier ficción. El punto más brillante de la pintura, después de las mangas abullonadas (que conducen nuestra mirada hacia las manos de Narciso, ya parcialmente hundidos en el agua), es su rodilla. Este hombre, arrodillado, con la boca medio abierta, como si estuviera a punto de besar, expresa plenamente un acto de adoración. Adoración dañina de sí mismo, ya que su rodilla inundada de luz, nos está mostrando el drama que se está preparando. Narciso es un poco el espejo de nuestra sociedad y de muchos de nuestros políticos, tan replegados narcisisticamente sobre ellos mismo que son incapaces de descubrir fuera de sí otra posibilidad de conocerse, de ser y de actuar. Tengo la sensación que esto es  lo que le ha pasado al secretario general del PSN, Roberto Jiménez, advirtiendo a Elena Valenciano vicesecretaria general del Partido Socialista que  “El PSOE en Navarra soy yo’. Bildu le ha puesto el espejo y Roberto Jiménez se ha embobado con su imagen, creciéndole el ego exponencialmente. Es Narciso y a la vez tonto, lo único que conseguirá es hacerle el trabajo sucio a Bildu. En ese mismo acto está forjando su drama, el de Navarra y el del PSOE.

por @mbellido

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