Van Gogh, en una de las más de 700 cartas que escribió a su hermano Théo y que luego fueron publicadas en 1911, decía: «¿Qué es dibujar? ¿Cómo se llega? Es la acción de abrirse paso a través de una pared de hierro invisible, que parece encontrarse entre lo que se siente y lo que se puede…» Algo así encuentro en su cuadro “Primeros pasos”. Es una deliciosa escena que pintó el artista cuando supo que su cuñada esperaba un hijo y le pensaba poner de nombre Vincent, como él. Probablemente la noticia lo llenó de alegría, y también le inyectó un momento de ilusión y optimismo. Van Gogh también probaría seguramente una chispa de celos. Quizás este niño podría acaparar demasiado la atención de su hermano Theo y privarlo, a él, de esa intensa relación que mantenían. El cuadro habla de ternura, de aprendizaje, habla de la relación de un padre con su hijo. Se ve claramente que el padre abandona las tareas que estaba realizando en el campo y se dispone a recibir en los brazos a su pequeño que hasta el momento está sostenido con ternura por su madre. La actitud de espera feliz por esos primeros pasos me hace reflexionar sobre la felicidad.
Felicidad que genera el reconocer en el acto de co-creación de una vida no solo el aspecto dinámico que se configura en la donación originaria vital, acto masculino por excelencia que inicia ese proceso de procreación, sino también en la capacidad de colaborar en fundación y consolidación de la personalidad del hijo. Actitud de roca y refugio en los primeros años. Felicidad que pasa de un estado de empiece dinámico y activo a un acto de acogimiento, capaz de proporcionar, a veces silenciosamente, la energía necesaria para un crecimiento sano a través de distintas etapas. Acoger el despertar de los sentidos, de las preguntas, de las inquietudes. Los primeros años son esos en que el hijo depende más de los padres, en el que el aprendizaje y el crecimiento llenan de estupor el día a día de la vida familiar. Los descubrimientos irán formando su personalidad y sus tendencias.
Esta etapa crucial en la vida de un niño es la que retrata Van Gogh. El niño debe soltarse de la madre y recorrer unos pasos hasta llegar a los brazos acogedores del padre. El cuadro tiene una luz solar maravillosa que da vida a la escenografía campestre. Van Gogh escribía, hablando de este cuadro, que los vestidos del padre reflejaban simbólicamente el cielo. En la vida de todos los días, en una relación, en los actos más insignificantes, podemos encontrar de todo. Incluso el Cielo.

por @mbellido

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