Antonia está separada, tiene cuarenta años y un hijo de veinte. Juana María tiene sesenta y tiene un hijo adoptivo de apenas 9 años. Julia es abuela, tiene 50 años y es madre de una madre adolescente. Ana ha conocido el amor a los 51 y Ana María ha cambiado de trabajo a los 52. Son mujeres que no desperdician la libertad y están agradecidas de vivirla, arriesgan y no renuncian nunca a empezar de nuevo.
En una sociedad que produce consumidores para entregarlos vaciados de ideales en los brazos del hedonismo, del culto a la belleza corporal y del deseo de la eterna juventud y donde predomina el narcisismo desbordado, existen mujeres que envejecen serenas sin cirugía estética y lifting refinados. Antonia, Juana María, Julia, Ana y Ana María no quieren perder el derecho a seguir creciendo en paz, dejando esplendores estéticos a sus espaldas para vivir el presente con serenidad, volcadas en una realidad hecha de vida y de entrega, que nada tiene que ver con la simulación del cartón piedra.
Hoy, la que hace año era considerada la generación más vieja, la tercera edad, se está convirtiendo por el merito de muchas mujeres, en la edad de los proyectos, de las pasiones y de nuevas metas. La mirada de Antonia, Juana María, Julia, Ana y Ana María no refleja nostalgia de pasado, sí habla de lo que queda aún por hacer.
No escondo que a veces ellas mismas me sugieren los riesgos de lanzarse sin paracaídas por estos nuevos espacios. A veces no les falta la desorientación y a menudo las inseguridades. Aparecen nuevos miedos, desconocidos para una generación que ha vivido muchos cambios, pero que sigue viéndolos pasar a una velocidad de vértigo.
Estas mujeres han decidido no envejecer. O mejor dicho, han decidido envejecer en paz, sin dejarse condicionar por el hecho de que en esta sociedad consumista al “viejo” se le acepta solo cuando se esconde detrás de apariencias y se hace obsesionadamente “joven”, gracias a la industria farmacéutica y cosmética.
Estas mujeres no envejecerán nunca.
Manuel Bellido