Analizar la relación del hombre con la naturaleza a través de los siglos es algo apasionante. Hoy, investigar sobre temas ecológicos es más accesible, debido a la infinidad de foros internacionales que se organizan constantemente para debatir sobre el medioambiente. Son muchísimas las disputas políticas y las discusiones en círculos académicos por la inquietud que produce en la sociedad el deterioro constante de la naturaleza y los cambios en el clima provocados por el desarrollo no sostenible y la barbarie de una ambición económica que no conoce límites en mano del hombre. La relación cada vez más estrecha entre medioambiente, desarrollo y economía hace necesaria una reflexión. Sin ir más lejos y sin la posibilidad de hacer un análisis científico exhaustivo, pienso que la sola contemplación de la naturaleza, incluso cuando ésta viene maltratada o no entendida, revela al hombre cuanto con esta actitud se maltrata a sí mismo. La naturaleza vive de alguna manera el drama del Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde. Dorian Gray es un hombre que busca la inmortalidad y para encontrarla, para no envejecer jamás y no perder esa belleza de la que tanto alardea, tiene que matar. Hay un retrato, que refleja el rostro de Dorian Gray que sufre cambios por momentos y es que su rostro envejece en él. Oscar Wilde nos enseña lo que puede ocurrir si llegamos a aspirar a ser Dios. La naturaleza es nuestro retrato. La modernidad, apuñalando a la naturaleza, hiere de muerte no solo su imagen, sino toda la realidad.
A veces recuerdo “El Cántico de las Criaturas” de Francisco de Asís que aprendí de memoria cuando era niño en el Colegio de los Salesianos:
Alabado seas, mi Señor,
en todas tus criaturas,
especialmente en el señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
Francisco de Asís lo escribió probablemente en el otoño de 1225, posiblemente en San Damián, pocos años antes de morir, ya enfermo y con serios problemas en la vista. Es un sencillo y sublime poema donde la naturaleza es una presencia viva y un significativo espejo del Creador. Más que un poema es un acto de humildad, de gratitud y de respeto.
Ese espíritu de respeto hacia la naturaleza ha vivido a lo largo de la historia en santos, poetas, pintores, escritores y artistas que han penetrado en su misterio y su grandeza. Marcus Manilius decía: “Todas las cosas están regidas por las leyes de la naturaleza”. Shakespeare repetía: “Los actos contra la naturaleza engendran disturbios contra la naturaleza”. Kepler creía que “cuanto más adelanta el hombre en la penetración de los secretos de la Naturaleza, mejor se le descubre la universalidad del plano eterno” Lord Byron, afirmaba: “El arte, la gloria, la libertad se marchitan, pero la naturaleza siempre permanece bella”. Averroes cantaba: “En la naturaleza nada hay superfluo”. El genio de Leonardo, que tanto y tan bien la conocía, escribió: “La naturaleza benigna provee de manera que en cualquier parte halles algo que aprender”. Y no me puedo olvidar de una perla de sabiduría como la que escribió San Ambrosio: “La naturaleza es la mejor maestra de la verdad”.
Tras la Edad Media y la Edad Moderna, se introduce un uso correcto pero muy especializado y limitado de afrontar la naturaleza, que a veces esconde otros significados. Científicamente el agua es un elemento de primera importancia, un compuesto químico muy estable, formado por dos partes de hidrógeno y una de oxígeno (H2O). Con la industrialización, poco a poco, el hombre parece olvidar la maravillosa definición de San Francisco: «Laudato sii, mi Signore, per sor acqua, la quale é multo utile e umile et pretiosa et casta». También, poco a poco, el hombre deja de reconocer su valor extraordinario e indispensable y, con una actitud poco respetuosa, no cesa en el empeño de avanzar y de industrializar obviando de preservar de la contaminación a ríos, mares y acuíferos. No es consciente de que destruyendo las reservas de consumo y aniquilando los bosques disminuye la protección que el precioso líquido necesita para seguir dándonos vida.
A veces es también la soberbia cognoscitiva la que lleva a unos pensadores – por otra parte respetables por sus aportaciones al conocimiento – a no mirar la naturaleza con ojos más amables. Sartre, por poner un ejemplo, parece escribir en La Nausea el “anti-cántico” de las Criaturas. Su pensamiento sobre la naturaleza es escalofriante: Lo natural es obsceno, aleatorio, proliferante, injustificado. Es casual. No tiene necesidad alguna, por eso es superfluo. Fuente de no alabanza sino de nausea.
Yo pienso que si el hombre cree que todo y él mismo es fruto del azar, en esa especie de “nueva concepción de razón materialista” denominada progre o moderna, el uso y abuso de la vida y de la naturaleza pesa más en el ser humano que el humilde reconocimiento de la gratuita belleza que revela la Creación, enorme acto de amor al cual hay que corresponder con absoluto respeto.
Manuel Bellido