“Si le hubiera hecho caso a mis padres”. Es la clásica frase de quien vuelve la vista atrás y constatando que dejó la escuela o la carrera universitaria a mitad, ahora quiere volver a estudiar porque las circunstancias laborales o de desarrollo personal casi se lo imponen. Pero volver a estudiar a 30, 40 e incluso a 50 años no es tarea fácil. Sin embargo los expertos aseguran que a pesar de las dificultades reales, no es faena quimérica. En fin, que volver a romperse los codos, sentarse delante de los libros y apechugar con los estudios no es del todo imposible.

María Rosa me lo ha contado durante estas vacaciones. Había decidido aspirar a un mejor puesto de trabajo en su empresa y ni corta ni perezosa, hace unos años, se matriculó en un programa de formación no presencial de nivel universitario.

Tres son las dificultades mayores que tuvo que superar para no volver a fracasar por segunda vez: los deberes diarios, la concentración y las obligaciones familiares.

Con quince años, en condiciones normales se tiene la capacidad de tomar apuntes, de aprender un concepto nuevo o recordar una fórmula, ya que la información se graba de manera más natural en el cerebro y de manera organizada. Más tarde se va perdiendo la elasticidad mental y el método de trabajo, si no se ha consolidado, cuesta recuperarlo. Desde el primer momento María Rosa tuvo siempre muy presente el programa de estudios y el necesario desarrollo diario para hacerlo en los tiempos establecidos. Dejar de hacerlo un solo día por motivos de cansancio o de desgana era encontrase con el doble de carga y de trabajo al día siguiente.

No fue fácil para ella, después de jornadas de trabajo intenso en la oficina, encerrarse en una habitación y seguir el programa de estudios y superar el miedo que siempre tenía de no poderse concentrar suficientemente. Entendió que era solo un factor psicológico. Era importante, tener muy claros siempre los objetivos que quería obtener y hacer de los primeros éxitos un trampolín para consolidar la confianza en sí misma. Cuando se sabía en el buen camino, todo iba sobre ruedas.

María Rosa contó desde el primer momento con el apoyo de la familia. Había pactado con el marido y con los hijos esas horas de tranquilidad todas las tardes, a cambio de entregarse totalmente los fines de semanas a la vida familiar. Reorganizaron los trabajos domésticos y se dividieron responsabilidades. El hijo mayor incluso se ofreció para interrogarla todos los días sobre el tema estudiado.

Ahora María Rosa tiene el puesto de trabajo que quería. Se siente más realizada como persona y como profesional e incluso me ha confesado que se siente más ágil mentalmente y más joven.

por @mbellido

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