Hoy la noche me sorprende. Oscurece. Camino husmeando el perfume de jazmines cercanos que atolondra mis sentidos. En el aire enroscado del estío hoy no se mueven ni las hojas de esta arboleda. Todo está parado, las calles, las aceras, los jardines. El calor y el cansancio dan cierta oblicuidad a mis pensamientos. Esta noche me faltan las palabras. Estoy decepcionado y confundido por un espejismo sufrido. No me quedan ni vocablos susurrados, ni silenciosos, ni gritados. Solo el eco me devuelve algunos: los que no quisiera volver a escuchar. Trato de esconder ese manojo de pensamientos detrás de imágenes antiguas: un cedro del Líbano, un ciprés del monte del Hermón, una palma de Jerusalén, una rosa de Jericó y no lo consigo. Ahora pruebo a imaginar un carnaval, tiempo lluvioso, el himno nacional y el fashion Vogue de los jardines de la moda. No hay nada que hacer. Es inútil desgranar rosarios de pensamientos centelleantes o convertirse en mariposa voladora entre flores multicolores para no mirar de frente la realidad. Como Ulises en el mar he sufrido una sugestión mental. Advertí una luz encima de mi cabeza, mire hacia el cielo y creí que era una estrella, pero era solo una farola. Decidí alejarme para no sucumbir en la falsa ilusión de un vago sueño. Elegí no confundir nunca más farolas con estrellas y comprendí cuanto es grande el don de la libertad.
Me vino a la memoria un libro muy querido: “Los hermanos Karamazov” de Dostoevskij. Recordé cuando el Gran Inquisidor le hecha en cara a Cristo el don de la libertad: “En vez de coartar la libertad humana, le quitaste diques, olvidando, sin duda, que a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre prefiere la paz, aunque sea la de la muerte. Nada tan caro para el hombre como el libre albedrío, y nada, también, que le haga sufrir tanto. Y, en vez de formar tu doctrina de principios sólidos que pudieran pacificar definitivamente la conciencia humana, la formaste de cuanto hay de extraordinario, vago, conjetural, de cuanto traspasa los límites de las fuerzas del hombre, a quien, ¡tú que diste la vida por él!, diríase que no amabas. Al quitarle diques a su libertad, introdujiste en el alma humana nuevos elementos de dolor”
Esta noche en nombre de esa libertad he decidido no confundir farolas con estrellas.

por @mbellido

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